Si usted suscribió una hipoteca probablemente le hicieron constar una cláusula suelo, puesto que la banca tenía la obligación de ser previsora y sabía que si presta dinero por debajo de un tipo de interés inferior al tres/cuatro por ciento, aunque lo tome a coste cero, ya sea de la clientela o del banco nodriza, es decir, del Central Europeo, los costes fijos difícilmente pueden bajar de ahí, por lo que estará hipotecando su propio futuro.
El hecho de que unos pocos hipotecados no estuvieran en condiciones mentales de saber lo que firmaban casi haría aceptable que nos lo hicieran pagar al resto de la ciudadanía, aunque el notario de turno hubiera tenido que tomar medidas respecto a ello.
Creo que la gran mayoría que firmó la avalancha de créditos concedidos al compás del boom inmobiliario estaban en sus plenas facultades físicas y mentales para leer y entender lo que acabaron firmando, que por otra parte, personalmente, no considero abusivo.
Quizás su exceso de optimismo sí les afectó a la hora de calcular si podían o debían embarcarse en unas compras cuyos precios eran, a todas luces, disparatados. Será una injusticia mayúscula que esos 4.000 millones de euros que puede costar la broma y que, aunque nos digan que a la banca, terminaremos pagando más quienes no firmamos que quienes lo hicieron, vía nuevas ayudas a la banca.
Ha pasado demasiado desapercibido el anuncio de nuestro banco estrella mundial de la necesidad que tiene, de acuerdo con las nuevas normas para la absorción de pérdidas, de emitir papel, por la friolera de 56.000 millones de euros.
Eso supondrá casi doblar sus recursos propios, vía distintas emisiones, pero que deberán terminar convirtiéndose todas en capital. Si logra llevarlo a cabo, cumplirá con las nuevas normas y "con el fin de que, en el futuro, las pérdidas bancarias sean soportadas por los accionistas y no por los contribuyentes". Eso huele a la necesidad de contabilizar en un futuro cercano las pérdidas ya latentes.
Puede ser casual el hecho de que la conclusión de los últimos tests de estrés llevados a cabo por el Banco Central Europeo hayan coincidido con que éste haya hecho público su cálculo de que el conjunto de la banca europea deberá incrementar sus recursos propios en la friolera de 560.000 millones de euros.
Cifras imposibles de captar, más por las dudas sobre el riesgo de la inversión que por la existencia de liquidez. Me temo que será de nuevo la "manguera" del Eurobanco la que seguirá acudiendo a sofocar la "flamarada" o, dicho de otra forma, el volumen del problema detectado en unos tests mucho más rigurosos que los realizados anteriormente por los bancos centrales nacionales.
El reciente decreto publicado por nuestro gobierno no evita seguir en la ambigüedad; confía en que bancos y clientes pactarán ante la incertidumbre de las sentencias judiciales, al valorar caso por caso las cláusulas suelo, y teniendo en cuenta las costas en que los clientes podrían incurrir; se legisla dando continuidad a la incertidumbre y confiando en que los pactos serán masivos, evitando de esa forma un mayor colapso de los juzgados.
En resumen, tanto a nivel europeo como nacional, se dio la noticia como si se hubiera encontrado una solución final, para satisfacción del gran público, y a la hora de la verdad se deja el tema nuevamente con grandes dosis de incertidumbre. Podríamos decir que han tratado de nadar y guardar la ropa, a sabiendas de que, si los bancos por fin hubiesen de hacer frente a buena parte de esos 4.000 millones, siempre quedará el recurso a prestarles nuevas ayudas.
Al fin y al cabo, las enormes "bolas" acumuladas en nuestras cuentas públicas y en el balance del Banco Central Europeo son ya de tal dimensión que no viene de esas minucias y tendrán que ser nuestras próximas generaciones las que corran con el grueso de la factura.
Terrorífico tema que, un día u otro, deberá ser afrontado y será entonces cuando empezaremos a palpar la dimensión de los disparates cometidos.