Tiene 29 años, está en paro y arañar un euro cuesta horrores. Un tipo le arrebató 150 euros el lunes por la noche tras asestarle un empujón. Y ella lo persiguió, le dio alcance, le quitó el móvil y lo encerró, con ayuda de su madre, en un bloque de pisos hasta la llegada de la policía. Ellas tiraron de la puerta desde la calle, y él desde dentro, ellas para evitar su apertura, él para abrirla y huir. Ganaron ellas. "Ese dinero era mío", dice, digna.
J. O. A. había recogido a su madre de casa de una amiga y se dirigían a la suya. A la chica le hacía falta dinero y se lo pidió prestado a la madre. Caminaban ambas por la calle del Mossèn Tatcher, en Sant Pere Nord. Eran las diez de la noche.
La mamá sacó dinero, 150 euros, y se lo entregó a su hija. Un gesto acaso evitable en plena calle, pero quién iba a saber. Quién iba a saber que alguien vio el trasvase de los tres billetes de cincuenta y que ese alguien no era de fiar. Quién podía vaticinar que un segundo después J. O. A. devendría víctima de un robo con violencia, que iba a sentir aquel empellón inopinado y que los minutos siguientes serían de adrenalina desbocada.
Un empujón por la espalda
"Yo tenía los billetes en la mano para esconderlos en la chaqueta cuando noté el empujón por la espalda. Debido a la sacudida levanté la mano y él cogió el dinero", relata la chica. Estaban los tres, agresor, joven y madre, en el cruce de la calle del Mossèn Tatcher con la de Ullastrell. El ladrón echó a correr.
Un fracción de segundo duró el normal desconcierto de la muchacha. Ella es de natural impetuoso y de ímpetu se colmó su cerebro, y de indignación reventona. Arrancó y fue detrás del delincuente. Corre, corre, se decía, el dinero, no se lo va a llevar así de fácil; vio al sujeto doblar la esquina y patear la puerta de un bloque de pisos en el que se introdujo.
La puerta tardó en cerrarse al paso del sospechoso. Como si perseguido y perseguidora estuviesen enlazados por un hilo, la chica siguió los pasos del ladrón escaleras arriba después de dejar su bolso en el suelo. Ella, que poco acostumbrada está al ejercicio físico. Ella, que luego tuvo que recuperar de golpe el oxígeno a bocanadas en la calle. Pero eso fue luego.
Antes pasó esto: "me salió así, fue algo instintivo, oía sus pasos a medida que subía, pero no lo veía. Yo iba más lenta, claro, pero seguía oyendo sus pasos, por lo que estaba segura de que no había entrado en ningún piso". Y subió. Cuatro plantas más la que lleva a la azotea.
Con el resuello al límite, llegó al cabo de la escalera. ¿Y ahora qué? El corazón a mil, las ideas en ráfaga, observó que la puerta de la terraza estaba abierta. "Me asomé, pero no lo vi", recuerda. Pero lo acabó viendo. J. O. A. sacó el móvil y activó la linterna. Y escudriñó el terrado, alumbrando el tanteo de sus pasos en la oscuridad hasta que lo descubrió agachado, al lado de un tubo. Cruce de miradas traspasadas por el sobresalto. "Llevaba algo en la mano y se le cayó el móvil", cuenta la joven. Y ella agarró el teléfono del sospechoso, dio media vuelta y salió del terrado. "Por lo menos tengo algo tuyo para que te encuentren", espetó antes de bajar las escaleras.
Manojo de nervios
"Supongo que su margen de reacción me dio tiempo para llegar a la calle otra vez. Tuve una pequeña ventaja". En la calle, la madre de J. O. A. la esperaba hecha un manojo de nervios. "Mamá, no lo dejaremos salir", decidió la hija.
Y no lo dejaron salir. La chica marcó en su móvil el primer teléfono de auxilio que le vino a las mientes, el 091. "Me han robado, el ladrón está retenido en el portal", dijo, y puso el manos libres y dejó el móvil en el suelo mientras se desataba el forcejeo, el tipo tirando de la puerta desde dentro, la madre y la hija agarradas al pomo desde fuera. Él, tipo delgado, rostro de deterioros, conseguía abrir una rendija de la puerta, unos pocos centímetros. "Dejadme salir, dejadme salir, que me vais a buscar la ruina", exclamó. "No, si no me devuelves mi dinero", replicó la joven. "No puedes demostrar que te he robado algo. No llevo nada encima", fue la réplica del tipo.
"Él volvió a subir las escaleras y pensé que posiblemente saldría por otro sitio". Estrépito de sirenas. Arribaban coches de la Policía Municipal. "Tardaron poco, quizás seis o siete minutos desde la llamada". El sospechoso volvió a aparecer en el portal y echó el resto en un postrero intento de escapada, pero tampoco el arreón le sirvió. Resignado, se puso a la espera, se sentó y aguardó la llegada de los agentes. No se resistió cuando lo detuvieron.
El dinero en un tubo
J. O. A. habló con los policías, les entregó el móvil del detenido y los acompañó a la terraza. De nuevo le tocaba subir, ahora con menos celeridad. El dinero lo encontró la policía en otra terraza, contigua a la del encuentro entre víctima y victimario. Estaba oculto en un tubo de un tendedero.
Aquella noche, madre e hija apenas pudieron pegar ojo. A la joven le fue devuelto el dinero cuando presentó la denuncia pertinente.
Al día siguiente, juicio rápido. Al parecer, el arrestado, reincidente, de origen marroquí como los padres de la asaltada, confesó su autoría. J. O. A. no se arrepiente de la arrojada persecución ni de la no menos arrojada resolución de impedir la huida. "Lo repetiría, aunque me costase un esguince. Fue un impulso. Soy impulsiva. Y posiblemente a las pocas horas el mismo hombre hubiera robado otra vez. Me pudo haber dado un puñetazo, sí, pero no lo hizo. Yo tampoco le pegué en la terraza", dice. "Era mi dinero. Lo único que quería era recuperarlo", repite.