A F. M. R. le va el corazón "a doscientos" cuando se acerca a su bar, en la calle de Vinyals, dispuesto a enfrentar una nueva jornada laboral. Abre a las cinco de la mañana y un "ay" le encoge el pecho. Porque F. M. R. denuncia que su bar ha sido objeto de un vapuleo, de un rosario de actos vandálicos, en los últimos meses. Ha tenido que limpiar decenas de veces la puerta, sobre todo de restos de huevazos.
El goteo de gamberradas se sucede, pero la racha peor se dio en el verano pasado. "Todas las noches", afirma el hostelero. Todas las noches huevos contra la persiana, contra el letrero del Cafè Vinyals, huevos en el suelo. ¿Fueron cuarenta noches con sus madrugadas? Ya ha perdido la cuenta, quizás fue esa cantidad, acaso más. Qué más da, lo relevante es la desazón y la íntima sensación de impotencia que ha acarreado la sucesión de tropelías. Noches hubo en que este hombre se quedó a pernoctar en su coche, a unos metros del establecimiento, en actitud vigilante; pero no consiguió pillar a los causantes. Logro sólo acrecentar su hartazgo.
"Ya estoy quemado", asegura este hostelero de Segle XX. Hace quince años que abrió su bar y hasta los últimos tres esa zona, próxima a la esquina de la calle de Vinyals con la del Gasòmetre, fue una balsa de aceite a pesar de la soledad nocturna que reina en ese tramo. "Siempre fue un sector tranquilo", dice la víctima, "pero la pesadilla empezó hace unos tres años". La pesadilla para él, pero también para otros, resalta. Varios vecinos y comerciantes andan también quejosos.
Los posibles autores
Las pesadillas pueden empeorar y ser más pesadillescas, si cabe, y eso es lo que ha pasado, denuncia, en el último medio año. ¿Quién está detrás de los actos vandálicos? ¿Quién le ha cogido ojeriza? La víctima no quiere señalar a nadie, pero tanto él como algunos parroquianos de su cafetería sugieren que los autores de los desmanes son algunos individuos de malas trazas, conflictivos, ocupantes de edificios del barrio, a los que no deja entrar en el bar porque "se meten con los clientes y les gorrean tabaco". Atacar el local es, según esas sospechas, ni más ni menos que una represalia.
Hace un mes no hubo huevazos contra la fachada, sino un bote de dos kilos de pintura derramado. "Tengo ataques de ansiedad por culpa de esto. Me estoy medicando", dice el hostelero vapuleado.