Terrassa

La quema y saqueo del Sant Esperit conmociona la ciudad

El conflicto sigue y se recrudece. En la tarde del 21 de julio de 1936 Terrassa vive uno de los episodios más impactantes y recordados de la Guerra Civil: el saqueo y la quema del Sant Esperit. La iglesia más emblemática es destruida por anticlericales cuya violencia se extiende a lo largo de esos días por toda la ciudad, con actos violentos no sólo en el Sant Esperit. También en las iglesias de Sant Josep, Sagrada Familia, Josefinas, conventos de las Darderas y las Carmelitas, ermita de Sant Llorenç del Munt…

El que fuera crítico de arte de Diari de Terrassa, Josep Boix, recordaba cuando el Sant Esperit fue pasto de las llamas. "Desde mi calle, los vecinos mirábamos, en la negra noche del 21 de julio, el cielo iluminado de color ora grisáceo ora rojizo, de humo y de fuego. El incendio iba avanzando en el primer templo de la ciudad". Explica que ardía el altar "o retaule major, en reseca madera, obra de Joan Mompeó, que presidía el presbiterio, el más importante del estilo barroco de Catalunya". Y quedó destruido el órgano, los demás altares, bancos, ornamentos, imágenes, pinturas… Y lo que fue tirado a la calle quedó convertido en un volátil cúmulo de cenizas, explica Boix, para añadir: "y lo que no pudo el fuego lo hizo el martillo. Los apóstoles situados en las hornacinas del atrio, y el tímpano, del escultor modernista Josep Llimona, o el Sagrado Corazón, del escultor terrassense César Cabanes, o la Inmaculada, también de Llimona, o la venerada imagen del Sant Crist o el renacentista grupo del Crist Jacent, de Martín Díez, todo se perdió o se descompuso en centenares de pedazos".

Violencia y dramatismo
Cabe imaginar el dramatismo que supusieron aquellos hechos y la catarsis de violencia que se desató en unos primeros momentos de una Guerra Civil llenos de nerviosismo, de incertidumbres, de viva tensión. Aquel mismo día 21, de madrugada, es retirada la Guardia Civil y sus respectivas familias de la casa cuartel en la calle de San Leopoldo. Se iniciaba la incautación de vehículos de toda clase, mientras en el Gran Casino, aquel edificio del esplendor de la burguesía terrassense construido en los años dorados del empresariado textil local, durante la Gran Guerra, se instalaban ametralladoras y se colocaban colchonetas en las ventanas y balcones del edificio. En su interior empezaban a funcionar unos comedores populares con alimentos procedentes de los establecimientos del ramo.

Y en la calle aparecen las primeras mujeres vistiendo monos azules. A mediodía se oyen disparos hacia la calle de Sant Pau. A primera hora de la tarde hay tiroteos en Can Palet. El corazón de la ciudad late aceleradamente. Y es cuando el Sant Esperit empieza a quemar. El saqueo llega sin remisión. Mucha gente presencia estos terribles hechos. Algunos, con lágrimas en los ojos. La mayoría, en silencio.

Las llamas del incendio están a punto de propagarse por las casas colindantes y debe intervenir el cuerpo de bomberos para evitarlo.

Sant Pere se respeta
Pero en ese fatídico día 21 no solo el Sant Esperit sufre las consecuencias de la violencia desatada. Las iglesias de Sant Pere corren el mismo riesgo, aunque finalmente su suerte es distinta. El gran tesoro arquitectónico-artístico egarense también está a punto de ser completamente destruido. "Numerosos individuos, forasteros los más, llegaron dispuestos a cargárselo todo", explicaba Josep Boix. Y efectivamente, se destrozan y se lanzan a la calle algunos altares, imágenes y también el órgano. Todo es quemado. Pero en aquel momento interviene el pintor Josep Rigol, miembro de la Junta Municipal de Museus desde el año 1928. Consigue que se respeten elementos de lo que hoy es la Seu d’Ègara. De hecho, las crónicas coinciden en afirmar que expuso gravemente su propia vida para salvar todo lo que pudo.

Su objetivo es evitar que el saqueo sea total. Primero, Rigol, en calidad de miembro de esa Junta de Museus, intenta recuperar lo que puede del Sant Esperit. Consigue la ayuda del Ayuntamiento y salva el Crist Jacent aunque está mutilado y en bastante mal estado. Lo traslada a la iglesia de Sant Pere junto con varios libros y legajos del archivo parroquial y pinturas de la sacristía.

Rigol es nombrado director de museos y gracias a este cargo puede recuperar también numerosas obras, utensilios y objetos artísticos de ciudadanos a los que se les había requisado su patrimonio.

"Todo es depositado en Sant Pere bajo mi responsabilidad y unos milicianos armados que me facilita el Consell Revolucionari, el cual previamente me había nombrado director de museos y de todo el patrimonio artístico de la comarca".

Josep Rigol (opúsculo de la exposición de su obra artística, en el Centre Cultural, en 1978)

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