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La relación Fidel-España, cinco décadas de altibajos con fuertes vínculos

La desaparición de Fidel Castro puede abrir una nueva página en la relación de España con Cuba, tras cinco décadas de altibajos marcadas por el fuerte vínculo histórico y sentimental español con la isla.
Desde el triunfo de la Revolución en 1959, las relaciones de España con Fidel Castro “han sido muy complejas, muy diferentes a las que han mantenido otros países de la UE, debido a la fuerte carga histórica y también emocional con Cuba, que sale a la luz en cada conflicto”, afirma Consuelo Naranjo, investigadora del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).
“Si analizamos las diferentes declaraciones de Castro, siempre puso de manifiesto el pasado, nunca se cierra esa reivindicación histórica, y en distintos momentos habla de que los españoles no han superado esa arrogancia colonial”, agrega.
España reconoció al nuevo Gobierno revolucionario, pero ya en 1960 tuvo lugar un serio incidente, precedente de otros futuros encontronazos.
Ese año, el embajador en La Habana del régimen franquista, Juan Pablo Lojendio, interrumpió ante las cámaras de Telemundo para replicar al líder cubano, quien había acusado a la diplomacia española de acoger a numerosos religiosos contrarrevolucionarios.
Lojendio fue expulsado del país y su homólogo en Madrid fue llamado a Cuba. Desde entonces, y hasta 1975, las relaciones se situaron a nivel de encargados de negocios.
Pese a este incidente, Naranjo destaca el “caso paradigmático” de la relación con Franco, pues a pesar de ser antagónicos ideológicamente, “España nunca votó contra Cuba en la ONU ni secundó el embargo”, por distintas razones.
Ya en la Transición española, Adolfo Suárez fue el primer presidente de Europa Occidental que visitó Cuba, donde Fidel Castro le recibió con todos los honores y se negoció la salida de la isla de algunos españoles emigrados y nacionalizados cubanos.
En la etapa del Gobierno socialista de Felipe González (1982-1996), las relaciones fueron fluidas, aunque se tensaron cuando el Ejecutivo español le invitó a transitar hacia la democracia.
En 1990, tuvo lugar la “crisis de las embajadas”, cuando 18 cubanos se refugiaron en la legación española en La Habana con la intención de poder salir de la isla. Castro calificó al ministro español de Exteriores, Francisco Fernández Ordóñez, de “administrador colonialista”.
Sin embargo, la etapa de mayor tensión se vivió durante el mandato en España del conservador José María Aznar, quien vinculó la cooperación española a avances en las reformas hacia la democratización del régimen cubano y el respeto a los derechos humanos.
“Con Aznar las relaciones se tensan aún más y desembocan en un enfrentamiento cuando España presiona a la UE hasta que, en 1996, se aprueba la llamada Posición Común”, señala Naranjo.
Cuba retiró el “placet” ese año al nuevo embajador español, José Cordech, y no hubo embajador en la isla hasta abril de 1998.
Las relaciones se tensaron aún más -señala la investigadora- cuando Aznar apoyó en 1998 el “proyecto Varela” de Oswaldo Payá, el opositor fallecido en julio de 2013 en un accidente de tráfico en Cuba.
De ésa época, son famosos los epítetos que el líder cubano dirigió al jefe del Gobierno español, como “caballerito” o “personaje de estirpe e ideología fascista”.
La llegada al poder en España del socialista José Luis Rodríguez Zapatero (2004-2012), supuso el inicio de un nuevo entendimiento -tampoco exento de disensiones- aunque solo los dos primeros años coincidieron con los dos últimos de Fidel al frente del régimen cubano.
“Zapatero opta por la vía, no del enfrentamiento, sino más diplomática, más suave, aunque también insistiendo en la necesidad de un proceso democratizador en la isla”, recuerda Naranjo.
La diplomacia española propuso la revisión de la Posición Común hasta lograr la suspensión, y en 2005 el levantamiento, de las sanciones políticas.
El reemplazo de Fidel por su hermano Raúl permitió al entonces ministro de Exteriores español, Miguel Angel Moratinos, llevar adelante su política de restablecer los proyectos de cooperación, hablar sobre los derechos humanos y sobre los presos políticos.
Un nuevo incidente ensombreció ese avance: la muerte por una huelga de hambre del disidente cubano Orlando Zapata en 2010.
Pero después se pudo lograr la liberación de más de un centenar de presos políticos gracias a la mediación de la Iglesia Católica, y su traslado a España junto con sus familiares.
La llegada al gobierno del Partido Popular, tras las elecciones de noviembre de 2011, abrió una nueva etapa, y nuevos incidentes como la detención y juicio del español Ángel Carromero por el accidente de tráfico en el que murieron dos disidentes.
“Pero pese al empeoramiento continuo y a la complejidad de las relaciones políticas, las económicas siempre se han mantenido, y los empresarios españoles, con muchos intereses en turismo y hostelería, no entienden esas diferencias, mientras los exiliados cubanos en Miami no comprenden a esos empresarios”, destaca la experta.
De los momentos puntuales de tensión de Fidel Castro con las autoridades españoles se libró el rey Juan Carlos, con quien siempre mantuvo una relación cordial.
Desde que en 1992, durante la Cumbre Iberoamericana de Madrid, declarara que no era monárquico, pero sí “juancarlista”, Castro siempre tuvo elogios para el rey salvo cuando éste dirigió el famoso “¿Por qué no te callas?” al venezolano Hugo Chávez. Pero incluso en este caso las alusiones no fueron personales y el líder cubano criticó el pasado imperialista de España de manera genérica.
La relación de Castro con España tuvo asimismo una vertiente judicial, cuando disidentes cubanos presentaron en Madrid una querella por genocidio y crímenes contra la humanidad, que la Audiencia Nacional rechazó en diciembre de 2007.

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