Hacía casi cinco años que se había inaugurado el renovado Teatre Principal tras las obras de ampliación y reforma emprendidas para dar mayor vida al viejo coliseo. Estamos en el año 1916. Terrassa late al son de las fábricas, en un momento particularmente intenso para la industria textil. Europa está en guerra, en la Gran Guerra, y a nuestra ciudad llegan pedidos de distinta procedencia. Es un momento de esplendor, de empresarios que ganan mucho dinero y de obreros que reivindican mejoras laborales.
Hay huelgas, hay conflictos un día sí y otro también. Son los albañiles, metalúrgicos, carreteros, panaderos e incluso constructores de carruajes o matarifes. El movimiento obrero se fortalece y se recrudecen las tensiones. El ambiente en la calle, algunos días, se hace irrespirable. Porque también se añade el problema de las subsistencias, es decir, los productos básicos cuyo precio aumenta desbocadamente. Los huevos suben un 18 por ciento, los garbanzos un 34 por ciento y la leche de vaca un preocupante 40 por ciento. Y por otro lado, en la ciudad hay un déficit de viviendas debido a los obreros de otras latitudes que han venido a trabajar a nuestra ciudad en esos años dorados del textil terrassense, unos años que, acabada la guerra, dieron paso a la decadencia y a una profunda crisis.
Una terrassa musical
Entre esta vorágine ciudadana de incertidumbres, de problemas y pocas soluciones, hay un remanso de paz. La música apacigua tal vez algo más que el alma y en aquella Terrassa que apenas tenía veinticinco mil habitantes, en aquel convulso año 1916, la Compañía de Ópera Española representaba La Dolores, y la Orquesta Sinfónica de Madrid actuaba también en la ciudad, una ciudad que se teñía de luto por la muerte del prodigioso violinista y director de la Banda Municipal, Vicenç Vellsolà, y tributaba un merecido homenaje póstumo al genial compositor y pianista Enric Granados, muy vinculado a Terrassa, y que falleció el 24 de marzo de ese año en el Canal de la Mancha. El barco en el que viajaba fue torpedeado por la armada alemana.
Y en 1916, hace justo ahora cien años, Terrassa vivió uno de los conciertos más memorables que se han celebrado en la ciudad. El protagonista fue nada menos que el extraordinario Arthur Rubinstein, que con el paso del tiempo ha sido considerado como una de las grandes celebridades.
Procedente de Sabadell
Fue un jueves, el 9 de noviembre, a las nueve de la noche, en el Teatre Principal. Allí actuó Rubinstein en una gira que le llevó por distintas poblaciones catalanas empezando por Barcelona, en donde a lo largo de su trayectoria actuó en muchísimas ocasiones. Estuvo en Sabadell y el día 15 de ese mes también en Manresa, en un concierto promovido por el Orfeó Manresa. Y acabó el año en otras ciudades españolas como en Bilbao. "España me dio el espaldarazo definitivo durante los años de la Primera Guerra Mundial. Viajé por todas las capitales", dijo en una entrevista a un periódico español cuando ya contaba con 83 venerables años y seguía ofreciendo conciertos y deleitando a sus apasionados melómanos.
La actuación de Arthur Rubinstein en nuestra ciudad despertó un gran interés en los medios de comunicación de la época.
En un programa de mano que ofrecía el Teatre Principal pocas semanas antes del concierto, se consideraba su actuación como un "acontecimiento artístico" y señalaba que el pianista había elegido Terrassa en su gira por Catalunya por "la fama de culte, senyorial i filarmònica", decía textualmente, en un intento de ganarse la simpatía del público.
"Veritable solemnitat"
En este sentido, en el mismo programa se reseñaban los nombres de destacados prohombres de la vida terrassense y en particular de su intelectualidad recomendando acudir al concierto. Eran el violinista Vicenç Vellsolà, los pintores Joaquín Torres García, Joaquim Vancells, Antoni Badrinas, Tomás Viver, Rafael Benet o Josep Badrinas; mosén Àngel Rodamilans, Joan Llongueras o el industrial Antoni Sala Amat, entre otros. Sus nombres aparecían bajo un texto en el que decía, entre otras cosas, que "els abaix firmants, aimans de la bona música, es creuen amb el deure ineludible, donada la vàlua i la fama mundial de l’extraordinari virtuós del piano i vetllant per la bona fama i pel bon nom de la nostra ciutat, de dirigir-se al públic terrassenc en general, demanant-li acudir en massa i amb el més ardent entusiasme al Teatre Principal (…) Fora una vergonya irreparable per tots nosaltres ignorar, no admirar i no correspondre dignament als seus grans mèrits".
"El coloso del piano"
Se había producido, por tanto, una movilización importante en la ciudad, impensable en otro tipo de conciertos, reconociendo la categoría mundial de Rubinstein, y eso que sólo tenía 29 años. Era la constatación de que se trataba de una actuación única. El llamamiento estaba hecho.
En parecidos términos se expresaron los periódicos terrassenses de la época, elogiando la visita del genial concertista. Ya el 4 de noviembre, cinco días antes del concierto, el rotativo Tarrasa publicaba una notícia en los siguientes términos: "Rubinstein, el coloso del piano, dicese que va a venir el próximo jueves a nuestra ciudad a dar un único concierto para que conozca el público terrassense las maravillas de su arte incomparable". Y el mismo periódico indicaba en su edición del día 8: "No dudamos que el Teatre Principal presentará un brillante aspecto para ovacionar como se merece al más grande virtuoso del piano que habrá pasado por nuestra ciudad, como sucedió ayer en el concierto que dio en la vecina ciudad de Sabadell".
Otro periódico local, La Comarca del Vallès, hablaba del concierto y se detallaba el programa que debía ejecutar Rubinstein. El concierto tuvo tres partes, una primera con la tocata y fuga en re menor de Bach y la sonata op.53 (Aurora) de Beethoven. La segunda parte estuvo íntegramente dedicada a Chopin. Rubinstein era una auténtico especialista en este compositor y virtuoso pianista polaco-francés. Empezó con la balada en la bemol, siguió con el intimista y melancólico Nocturno, el Scherzo en do sostenido menor, una mazurca y la polonesa en la bemol. La tercera parte la integró "Navarra", de Albéniz, "Ondine", de Ravel; Nocturno, de Serlabine, y la Rapsodia número 12 de Listz.
Versatilidad
Rubinstein (Lodz, 8 de enero de 1887 – Ginebra, 20 de diciembre de 1982), séptimo hijo de una familia judía de tejedores afincada en Polonia, empezó a estudiar piano a los 3 años y a los 6 ofreció su primer concierto. Dotado de un gran talento que le convirtió en uno de los más extraordinarios pianistas de todas las épocas, su versatilidad hacía que su repertorio fuera amplio y que se sintiera cómodo ante distintos estilos y autores. Dicen los expertos que sus interpretaciones eran vitales, dotadas de gran claridad y seguridad, con una sonoridad inconfundible y unos matices únicos. Y aquel 9 de noviembre, en el Principal, lo pudieron comprobar quienes acudieron al concierto.
Una breve crónica en el periódico Tarrasa, el 11 de noviembre, hablaba escuetamente de esta actuación: "Un público selecto aunque no todo lo numeroso que era de esperar, acudió al teatro Principal deseoso de aplaudir al insigne pianista (…) Todo el programa fue ejecutado de una manera magistral y acabadísima, oyendo por ello frecuentes y merecidas ovaciones", decía el rotativo.