En tiempos donde se habla mucho de educación, de modelo pedagógico y de sistema político, ha regresado “El florido pensil”, de Andrés Sopeña, a los escenarios teatrales. La obra, un retrato sobre la escuela nacional católica, tiene ahora mirada femenina y está interpretada por un elenco de cinco actrices liderado por la popular Lloll Bertran.
¿Cómo se ha adaptado “El florido pensil” para niñas?
La estructura de la obra y también su esencia es la misma pero hay algunos cambios. En la escuela nacional católica de la época franquista, la educación o deseducación, como a mí me gusta decir, para niñas era más retorcida y sibilina. La enseñanza que se daba, en el fondo, pretendía formar a mujeres sometidas y sumisas al hombre, al marido. O sea formar a la mujer para que ejerciera el rol de casarse y reproducir, tener hijos, sin voz ni voto. Hemos incorporado algunas escenas de aprendizaje doméstico como las clases de costura. También vemos a unas niñas que disfrutaban de hablar con las “minyones”, las cuales explicaban la parte de la vida más carnal y sexual.
¿Qué papel interpreta en la obra?
Soy una de las alumnas, la Roure, la más rural de las cinco. Procede de una masia y su ambiente es muy catalán. Le cuesta mucho enterarse de lo que se dice en la escuela. Pero a la vez es una niña muy tierna, inocente, cándida, entrañable.
Está acompañada Roser Batalla, Mireia Portas, Isabel Rocatti y Victòria Pagès. ¿Qué tal se llevan en clase?
Maravillosamente. Todas hacemos de niñas y alumnas, y algunas de nosotras nos desdoblamos en otros personajes adultos de modo puntual. Victòria Pagès es la que hace más interpretaciones. Las maestras los presentamos bastante caricaturizados. Hay una que es falangista y también sale un cura.
¿Usted, su generación, la que nació en 1957, se ve reflejada en el tipo de educación del régimen franquista?
Esta obra de Andrés Sopeña es un regreso al pasado muy pasado de vueltas aunque creo que no se dio en todos los colegios. Yo, por ejemplo, no viví nada de aquel ambiente represivo. Yo iba a la Escola Pia de Igualada. Sólo chicas. Era un colegio religioso con monjas y también con profesoras laicas pero avanzado a su tiempo. Más bien el proyecto educativo de aquella época dependía de la ciudad, del pueblo o del maestro que no del régimen político. En mi colegio, si te portabas mal, el castigo era “light”: tenías que hacer dos redacciones o estudiar dos lecciones.
Era un castigo suave, sí
En nuestra escuela sí pero no en otras. Lo que sucede es que no es lo mismo vivir en un entorno oprimido cuando eres un niño o un adulto. Los niños tienen válvulas de escape; son muy imaginativos e inocentes. Sólo hay que observar las imágenes que nos llegan de los campos de refugiados. Son imágenes horribles pero siempre se ve a niños y niñas jugando, corriendo, sonriendo. Es su manera de huir de la realidad y buscar la felicidad.
Esta nueva versión teatral, con mirada femenina, se estrenó con un Gobierno provisional del PP, ahora ya definitivo, y en medio de la polémica sobre su modelo educativo y reformas
Sí, han repetido los mismos políticos, que son herederos del franquismo. Sin comentarios. Lo dicho, esta obra es un retorno a un pasado que aún no ha pasado.
“El florido pensil” está a punto de acabar su gira. ¿Tiene proyectos a la vista?
Estamos ensayando la reposición de “Molt suroll per no res”, con el director Àngel Llàtzer, para reestrenarla en el Teatre Nacional de Catalunya. No me puedo quejar.
¿Qué opina del momento actual del teatro en Catalunya?
Vivimos un momento de creación artística brutal. Hay mucha actividad en salas de toda capacidad y en Barcelona y en comarcas. Sólo que hay que mirar la oferta teatral en Terrassa. Lo que pasa es que esta producción no tiene la salida que querría porque la demanda está ajustada.
¿Triunfan las caras mediáticas?
Es un aliciente pero el público se ha vuelto exigente y sabe elegir.