Una mujer frente a una sepultura, cabizbaja y ensimismada, con las manos juntas, parece rezar. O quizá sólo esté rememorando pedazos de vida que compartió con el difunto al que ha ido a honrar. Un poco más allá, tres mujeres mayores, vestidas de domingo, caminan por el paseo central que conduce al templo desde la entrada principal del camposanto. Dos son hermanas y la tercera, una prima. "¿A quien venimos a ver? Uff, aquí ya tenemos a muchos familiares. Mi madre, mi padre, mi marido, una hermana, mis abuelos", enumera una de ellas. La otra apunta que ya vinieron el lunes para arreglar los nichos y poner las flores y "hoy sólo venimos de visita… y a ver si siguen ahí las flores". Un comentario que da pie a la tercera a desvelar que ella tiene las flores en casa, junto al retrato del familiar fallecido porque "aquí en el cementerio, ya me las han quitado varias veces".
Luce el sol y la temperatura es agradable. Al lado del templo, bajo una pérgola de quita y pon, un trío de cuerda interpreta música clásica. La dulce melodía magnifica todavía más la importancia del momento: es festividad de Tots Sants, ese día especial en que es tradición visitar a los familiares que se fueron, algunos hace muchos años (como el caso de una pareja que quizá ronde los 60 que perdió a su bebé de siete meses hace ya cuarenta) y otros apenas unos meses (como ese joven que, acompañado por su mujer y sus dos hijos pequeños, con carricoche incluido, ha ido a visitar el nicho de su padre, quien cerró los ojos para siempre hace dos meses).
Arreglar y limpiar los nichos, renovar las flores, permanecer en silencio frente a la tumba del que se fue o susurrarle algo incomprensible a los oídos de los demás, quizá una confidencia, o un pensamiento transcendente, o banal, o vete a saber… porque a la hora de hablar con nuestros muertos muchas veces no pasamos del simple balbuceo, como niños chicos que empiezan a hablar.
También el día de ayer invitaba a hacer comentarios idóneos con la particularidad de la jornada, como el de esa mujer que le decía a otra "Pues yo quiero que me incineren", o aquella señora mayor que con la voz quebrada le explicaba a un matrimonio amigo de su misma edad que ya hacía ocho años que su marido dormía el sueño eterno.
Es mediodía. El párking del cementerio está prácticamente lleno. Así ha sido durante toda la mañana (aunque la afluencia de vehículos parece ser menor que el año pasado), en un día en que se preveía la visita de unas 15 mil personas, la mayoría entre la mañana y las primeras horas de la tarde, explicaban ayer desde la empresa municipal Serveis Funeraris de Terrassa.
De forma escalonada
Las mismas fuentes añadían que la percepción inicial, a la espera de cerrar las cifras definitivas, es que este año el cementerio ha recibido más visitas que el pasado, aunque de forma escalonada desde el sábado hasta ayer martes. Eso explica también que haya menos vehículos. "Otros años ha sido más caótico, pero este parece que la gente ha aprovechado el fin semana y el puente del lunes para acercarse hasta aquí", comenta un responsable del párking.
Hasta siete paradas de flores hay en la entrada del cementerio. Y no paran. No deja de venir gente. Muchos de los visitantes son personas mayores o de mediana edad. Jóvenes hay pocos. Justo al lado de la entrada principal, dos vendedores de la ONCE ofrece sus boletos de la suerte. Y lo hacen con la discreción que requiere la ocasión. Al traspasar el portón del camposanto, a la izquierda una mutualidad de previsión social da a conocer sus servicios y un poco más allá, hay habilitada en una carpa la exposición "Escultures per a la eternitat", que justo finalizó ayer.