De los 31 días con los que cuenta octubre, veinte los tiene Marco Mezquida reservados para ofrecer distintos conciertos con al menos cuatro de sus proyectos, incluido el que le une al célebre tocaor flamenco Chicuelo. En la última semana ha viajado a Andalucía y a Francia, entre otras plazas, y en los próximos días se trasladará a Portugal y Granada junto a Albert Cirera i Tres Tambors.
Entre tanto viaje, el músico no ha dudado en hacer un alto en el camino para volver a reunirse con Laia Molins, en un proyecto pequeño si cabe si lo comparamos con sus futura experiencias con Lee Konitz o Giulia Valle (incluidos conciertos en el Festival de Jazz de Londres y en la ciudad alemana de Munich), pero grande en lo que a creatividad e ideas se refiere.
Marco Mezquida es, aunque no haga falta decirlo, uno de los mejores pianistas de la actualidad (cabeza de cartel en dos ocasiones del Festival de Jazz de Terrassa), y escucharle en la distancia corta, entre un público familiar, resulta todo un lujo. En este caso la cita le ha vuelto a reunir con una solvente bailarina de claqué con la que le ata algo más que una trayectoria común; su complicidad y afinidad saltan a la vista.
Precisamente esos son los dos elementos indispensables para un espectáculo que se basa en un importante tanto por ciento en la improvisación. A partir de un repertorio variado, que va desde el estándar de jazz más conocido -como el "Take Five" de Brubeck-, al musical (con una pieza tan conocida como "Over the Rainbow"), pasando por el bolero o el choro brasileño, los dos artistas crean un diálogo certero, impecable. El hecho de que Mezquida no dispusiera en esta ocasión de un piano y tuviera que recurrir a su teclado, propició toda una serie de experimentos "in situ", con los diferentes sonidos que añadió para transformar aún más sus canciones, a través de las improvisaciones.
Recursos y rapidez
El trabajo de Laia Molins, en ese contexto, dio idea de la capacidad de la bailarina para desplegar la infinidad de recursos con los que cuenta para que en ningún modo se notara que aquella era una creación nueva, espontánea; al contrario, el dúo explora por sus posibilidades como si se comunicara telepáticamente, Molins dándole la réplica a Mezquida con el amplio abanico de posibilidades que permite el tap dance, con los pasos más viserales y con los más suaves, y con una cierta alegría, como en un juego que siempre da un buen resultado.
La Casa de la Música ha sumado esta propuesta a una programación cada vez más variada estilísticamente, que tiene como elemento común un servicio de merienda, que acompaña al módico precio de entrada. Pese a que algunos no estuvieron demasiado conformes con la presencia de algunos niños pequeños entre el público, e incluso de un perro que se comportó de fábula, la propia Laia Molins rompió en pleno concierto una lanza a favor de la presencia de niños.