Terrassa

La casa del terror

"Maricón, hijo de puta", dijo el padre varias veces a uno de sus hijos. Cuando tenía 8 años, le asestó un puñetazo en la mandíbula y al pequeño se le cayó un diente. Otra vez lo cogió de los testículos y lo elevó del suelo.

A una hija la obligó a tragarse su propio vómito y le escupió dentro de la boca cuando gritaba. Y le dio una patada en el estómago.

De "maricón" tildó también a otro hijo, al que pateó con botas de montaña y al que daba puñetazos si no hacía las flexiones que él creía que debía hacer, que le ordenaba.

A su pareja, a la madre de sus hijos, la maltrataba cada dos por tres. En una ocasión la agarró del pecho y la estampó contra una puerta, y la puerta se rompió. "Te tengo que matar, yo iré a la cárcel, tú al cementerio y los niños a un centro", le dijo. Todo eso, todas esas tropelías, y algunas más, y golpes con un palo de billar y patadas y empujones e insultos, todo ello considera probado la Justicia.

Así, una sentencia de la Audiencia Provincial afirma que la pareja, con una relación estable de quince años, tuvo tres hijos. Desde el 2007, al menos, la casa eran cuatro paredes de pesadilla, un ambiente de tormento con agresiones casi a diario. La resolución habla de "malos tratos psíquicos y físicos a su mujer y los tres hijos menores en común". Y habla de una situación "de dominación y temor".

Se sucedían los golpes corporales, con mano abierta y puño cerrado, las patadas, los empujones, los impactos con un taco de billar, con un palo de madera, los insultos, los gritos, el pavor.

"Te voy a hacer todo el daño que pueda, hija de puta", espetó a su pareja. "Eres una guarra, no haces nada, no atiendes a tus hijos ni a mí, te pasas el día buscando problemas". Una vez la agarró del cuello cuando ella estaba sentada y la levantó y la tiró. Y otra vez la conminó a no salir: "no tienes que ir a ningún sitio, no te voy a permitir que me jodas la vida, antes que salgas te mato".

Uno de sus retoños, cierto día del 2012, a las seis de la mañana, no se despertaba. El acusado calzaba botas de montaña y pateó al niño en la espalda en una agresión iracunda que incluyó puñetazos. Otro día pasó esto, según la sentencia: el mismo crío tenía que hacer pesas, porque su padre le obligaba a ello, y flexiones también; pero el progenitor no quedó contento con el rendimiento, pues no colmaba sus expectativas: el menor tuvo que hacer más y más. Si no, recibía puñadas y patadas.

Levántate. Eran las cuatro de la madrugada. El chico debía acompañar a su padre a pescar. Llegaron al lugar indicado, pero el menor no sabía nadar. Llevaba manguitos. El padre le obligó a meterse en el agua, donde cubría. Nada, nada, que nades, le apremiaba. Cada vez que lo alcanzaba, le pegaba.

La hija no quería beber café porque le producía arcadas. Bébetelo. El progenitor la obligó a deglutir el café y la chica vomitó y él la obligó a tragarse su vómito. Un día le propinó una patada en el pecho y la cogió del pelo.

No denunciaron antes por miedo, dice la sentencia. El procedimiento judicial se abrió en el 2013. Las víctimas declararon e incriminaron al acusado de forma clara, creíble, reiterada y contundente, según la Audiencia Provincial. El procesado padecía un trastorno depresivo y personalidad límite, a tenor de un informe, pero el médico forense que lo exploró no apreció ninguna sintomatología de tipo psiquiátrico ni deterioro cognitivo, ni detectó alteraciones que pudiesen afectar a la conducta.

La pena impuesta es de 21 meses de prisión por cuatro delitos de maltrato habitual. Era, en principio, más alta, pero la Audiencia Provincial de Barcelona ha estimado un atenuante de dilaciones indebidas en el proceso, pues transcurrieron unos dos años entre el fin de la instrucción y el primer señalamiento de juicio. Y enmienda al juzgado de lo penal que vio primero el caso, al considerar que no razonó el porqué de una pena que situó en la mitad superior de lo exigible. Al final, 21 meses de prisión. Por el vómito tragado por su hija, por las palizas con palos, por las ofensas, por el pánico.

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