Terrassa

“Curamos a niños que tenían cicatrices, señas de la guerra”

Las familias que están en Ritsona han huido del horror. De la guerra en Siria y en Irak. Y también de Afganistán. Han logrado zafarse del enfrentamiento bélico entre facciones étnicas y religiosas. De las bombas y los tiros. Del terrorismo. Lo han hecho por tierra y por mar, sorteando islas hasta quedar bloqueadas en un pequeño pueblo, Ritsona, del sur de Grecia. Son familias que dejaron obligadas sus casas y ahora viven en las tiendas de campaña de un campo de refugiados donde cruzar la frontera sigue siendo solo un sueño. Y la entrada a la Unión Europea resulta únicamente una esperanza desde que se cerrara la llamada ruta de los Balcanes, que ha dejado a más de 50 mil refugiados obstruidos en Grecia sin paso abierto hacia Hungría, Croacia o Macedonia.

"No nos olvidemos de ellos, porque existen", dice Abel Martínez, médico y jefe del servicio de pediatría del Hospital de Terrassa. Martínez trabajó desde finales de abril y por unas semanas con Creu Roja en el campo de refugiados de Ritsona. "Las familias que allí estaban, huían de la guerra de Siria, así es. El problema es que ya no llegan al completo. Todas habían perdido a alguien por el camino."

¿Qué características tiene el campo en que trabajó?
No es excesivamente grande. Será de unos diez mil metros cuadrados y tiene una capacidad para acoger a unas mil personas. En estos momentos, en Ritsona habrá unas 650.

¿Qué trabajo hizo allí?
Me encargué de proporcionar asistencia sanitaria a los refugiados. Sobre todo, a los niños, aunque si se terciaba también ayudaba en tareas de medicina general.

¿Hay muchos niños en Ritsona?
Muchísimos. Aproximadamente el cuarenta por ciento de los refugiados de Ritsona son niños. Y además, los hay muy pequeños. Por debajo de los cinco años, deben ser unos 160. Y que tengan menos de 15 años habrá unos 270. La razón es que las familias que llegan hasta allí tienen muchos hijos. Cinco o seis, cada una.

¿De dónde proceden los refugiados guarecidos en el campo?
La mayoría son sirios, aunque también los hay iraquíes, kurdos, afganos y yazadíes [Esta minoría religiosa vive al norte de Irak, siendo la ciudad de Mosul su epicentro, aunque también hay yazadíes en Irán, Turquía y Siria].

¿Y cuáles son los principales problemas de salud que como médico trató en aquel lugar?
Las mayoría de enfermedades que atendí, eran respiratorias. Infecciones. Sobre todo, virus. Y también hay numerosas enfermedades de la piel, que además se contagian con mucha facilidad. En general, las infecciones en el campo se propagan con rapidez porque en Ritsona los refugiados viven en tiendas de campaña que son de unos veinte metros cuadrados. No tienen luz ni agua corriente. Y están muy juntas entre sí. Dentro de cada tienda viven ocho o nueve personas. Incluso a veces dos familias habitan una misma tienda.

¿Qué otros elementos nos pueden ayudar a entender cómo es la vida, el día a día, en el campo?
Se trata de un auténtico campamento. Allí todo es provisional. Las duchas son comunitarias y las necesidades se hacen en letrinas. Para comprender la situación de los refugiados hay que considerar que muchos de ellos no eran pobres en su país. Ni mucho menos. Tal vez no tenían el lujo del mundo occidental, pero eran personas con su trabajo, su dinero, que iban al médico y disponían de agua corriente. Tenían, en definitiva, una vida. Y ahora se encuentran en una situación muy vulnerable.

Y resulta una situación cuya perspectiva no es la de acabar pronto.
No lo parece, porque en Grecia los refugiados están bloqueados. Han llegado a Ritsona viajando por entre las islas de este país y ahora observan cómo el paso a otros estados de la Unión Europea se encuentra muy limitado. Y de esta manera se han visto atrapados en Grecia, bloqueados, cuando su destino posiblemente era otro. A muchos de estos refugiados tampoco les pueden deportar hacia Turquía, porque llegaron antes de que entrara en vigor el acuerdo entre la Unión Europea y este país. [Desde el 20 de marzo, y en virtud de este acuerdo, los refugiados que llegan a Grecia de una forma irregular, muchos huyendo de la guerra de Siria, son deportados al destino otomano]. En tal situación están en Grecia más de 54 mil personas.

Usted es pediatra. Más allá del trato médico, ¿qué sensaciones u emociones percibió en los niños?
Hay que diferenciar entre los niños de menor edad, que al fin y al cabo tienen la vivencia de que están en un lugar con muchos otros niños con los que juegan, y aquellos que ya tienen entre seis y diez años, y que han pasado por situaciones muy complicadas hasta llegar al campo. Nosotros atendimos y curamos a niños que tenían cicatrices, señas de la guerra. En el campo una niña nos explicó que vinieron a su casa, pegaron un tiro a todos los miembros de su familia y otro a ella. Luego llegó a Ritsona, pero imaginemos la carga emocional que lleva encima. Hay historias muy duras. Allí, cada familia había perdido a una persona, y cada persona ha visto una desgracia, o tiene una cicatriz de guerra. Aunque la sensación de tristeza se percibe en el campo en su conjunto.

No hay lugar para la esperanza.
Es difícil que la haya, porque aquí a todas las familias les falta algún miembro debido a la guerra o a la separación. De hecho, la mayoría de familias eran monoparentales. A veces tenían solo padre, porque la madre murió en la guerra. O solo madre, ya que el marido escapó en su día a Europa y ahora está sola en Ritsona, con cinco o seis hijos.

¿Cuál es la historia que más le sorprendió, que menos esperaba?
Que ahora recuerde, quizá la de una niña que nació en el propio campo de refugiados. Y lo hizo con una enfermedad grave en la espalda. Además sufría una discapacidad en las piernas. Tendría unas cinco semanas de vida. Pues a esa niña siria, sus padres le pusieron de nombre Ritsona, es decir, el mismo que tiene el campo.

¿Les preguntaron el por qué?
Los padres creían que estar en el campo sería un punto de inflexión positivo en sus vidas. La familia venía de las bombas, de la guerra, pero tenían la esperanza de encontrar una solución para su futuro a pesar de estar sobreviviendo en una tienda de campaña, de que estaban lejos de su tierra y de que su hija naciera con un problema importante de salud.

Antes comentaba que en el campo hay sirios, afganos, iraquíes, kurdos… ¿La relación entre comunidades distintas es buena?
No hay demasiados problemas en este sentido. Quizá los yazidíes están un poco más apartados que el resto, pero la convivencia en general es buena. Más allá de que en el campo el día a día sea monótono, aburrido. Precisamente, nosotros, Creu Roja, pero también otras entidades humanitarias que allí trabajaban, intentamos que los refugiados no pierdan ni la salud física ni la mental. Que no se bloqueen por el mero hecho de que todos los días parezcan todos iguales. Así que para evitarlo, por ejemplo, se organizan partidos de fútbol en los que, en el mismo equipo, juegan personas de diferentes nacionalidades. Sin distinciones. Recuerdo que incluso se montó una especie de festival en el que personas de nacionalidad diversas bailaban sus danzas tradicionales.

¿Que falta en el campo de refugiados para que ese día a día del que habla sea mejor?
A pesar de que en Ritsona hay muchas oenegés que procuran que la vida sea tan normal como se pueda, en el campo un gran número de refugiados tiene enfermedades. De modo que hacen falta medicinas, doctores, enfermeras y matronas. Personas, en definitiva, que deseen ayudar, y que quieran hacerlo durante un largo periodo de tiempo, porque la situación de los refugiados en Grecia no acabará pronto. Y sobre todo hace falta que en Catalunya no se olvide que estos campos existen. Y que quizá si Siria estuviera más cerca, los campos los tendríamos en España.

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