Opinió

Prescindibles, impresentables e insensatos

Los que llegamos a la mayoría de edad sin haber votado más que en la pandilla de amigos, cuando los temas a dilucidar eran tales como si jugábamos a canicas o a “churro, media manga y manga entera”, nos creímos, una vez lograda la Transición sin mayores problemas, que lo que nos venía por delante era una democracia moderna, bien gestionada y capaz de colmar las aspiraciones de los más estrictos y experimentados demócratas.

Transcurridas casi cuatro décadas, no hace falta recapacitar mucho para caer en la cuenta de que una buena parte de los que han detentado el poder son descendientes de los que negociaron la Transición desde un u otro bando. La diferencia sustancial es que los que viven de lo público son cinco veces más ahora que en 1975, pasando de 750.000 a más de 3.500.000 personas.

Téngase en cuenta, además, que en temas administrativos se ha pasado de la Underwood o al papel y lápiz a tenerlo todo informatizado e interconectado, de forma que esas solicitudes de datos y documentos que se nos hace para cualquier trámite, si quisieran, el último botones podría disponer de todo ello, y hacer realidad esa lisonja a que de vez en cuando hacen referencia y que dieron en llamar “ventanilla única”. Eso en lo que hace referencia a temas administrativos. Los sistemas sanitarios y de la enseñanza quizás tendrán más difícil practicar ningún recorte de personal sin que repercuta en el servicio ofrecido, aunque sí deja mucho que desear el tema organizativo, y lo opino tras casi cinco años de padecer, aparte de mis males, su desorganización generalizada. Si funciona, es gracias a unos cuantos esmerados voluntariosos.

Pero, a partir de ahí, políticos, altos cargos, delegados, comisionados y sobre todo asesores de todo tipo, fichados por cada uno de los que detentan “mando” en esas dieciocho administraciones cuasi estatales que dan forma a nuestro entramado político -nación de naciones-, podría, y algún día deberá, reducirse a la mínima expresión, cuidando de las peculiaridades y singularidades de cada comunidad y poco más.

Se nos vendió que ese entramado tenía su justificación en aquello de “acercar el poder al pueblo”, y éste es en todo caso el chivo expiatorio que justifica la monstruosidad organizativa pero que, en realidad, sirve para multiplicar legislaciones, trámites, enchufes (ésos sí, cercanos), confusiones y asesoramiento legal en cada comunidad en la que una empresa decide actuar.

Ha volado por los aires la unidad de mercado, justo cuando nos vendieron que íbamos hacia el mercado único. Y todo ello porque cada reyezuelo se considera más importante cuantas más normas distinguen a su comunidad del resto. En cuanto a nuestro sistema político definido como democrático, vale la pena dar un somero repaso al proceso electoral auténtico a que nos han acostumbrado en todas las instituciones. Pocas son las veces que los cabezas de lista -también de los sindicatos- no son nombrados a dedo. El agraciado se rodea, por lo general, de personas adictas que irán formando los órganos de gobierno del partido y que se ocuparán más de proteger al jefe que de sus responsabilidades.

Con frecuencia se habla de reformar la Constitución; después de lo vivido en este largo periodo, una de las cosas que deberían lograr es la de evitar que cualquier mastuerzo que se cruce en nuestro camino pueda tener secuestrado el país el tiempo que se le antoje. ¿Ni así pensarán en la segunda vuelta?

Han sido demasiados los cargos, especialmente alcaldes, que han dado el salto a otro puesto, a mitad de legislatura, para que su predilecto fuera haciéndose conocer antes de que hubiera que votar. Los maquiavélicos sistemas utilizados para hacer alcaldesa de Madrid -y qué alcaldesa- a la señora Aznar pueden pasar a la historia como uno de los más rocambolescos jamás conocidos.

Últimamente, tanto el nombramiento del señor Soria para un alto cargo en el Banco Mundial -uno más de los miles en grandes organizaciones que llevamos ya- como las formas y maneras de bloquear la formación de gobierno, sobre todo por parte de los que venían ungidos de “la nueva política”, son ejemplos de lo que tenemos y quizás, incluso, nos merecemos.

Algunos políticos, faltos de toda práctica laboral y mucho menos ejecutiva, no pueden ni “oler” el estropicio nacional que provocan, unas veces con sus ocurrencias, otras con su negativa a dialogar, anteponiendo sus intereses a los del país y, otras, como las últimas semanas, que sólo pueden deberse a su propia “empanada mental”. La inercia de la mejoría que habíamos iniciado diluye la visión de lo mucho que está afectando nuestro caos político a la confianza empresarial, y resta buena parte del empuje que nuestra mejoría podría estar teniendo.

¿Cuántos serán los que se preguntarán qué es eso de la confianza inversora o empresa- rial?

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