Opinió

Fachadas

Me quedo absorta siempre que paseo por cualquier barrio antiguo de la ciudad. Tantas piedras, balcones, portales y fachadas que acompañan nuestro presente pero que a la vez nos hablan de un pasado, un pasado que no siempre conocemos y que continuará existiendo en un futuro que ni tan sólo nos atrevemos a imaginar. Son rincones que han escuchado las conversaciones más fútiles y también las más profundas, son los que han contenido llantos y risas de personas como nosotros, simplemente porque han pasado cerca.

Las fachadas… Frecuentemente sucede que hay edificios a los que, ya sea porque pertenecen al patrimonio cultural de la ciudad y/o del país o bien por la normativa urbanística vigente, tan sólo se les puede restaurar la fachada. A partir de esta metáfora quiero hacer una reflexión.

Una fachada noble, amable o arrogante, cercana o lejana, a la que le hayan lavado la cara, es una puerta abierta hacia un nuevo interior, un interior totalmente restaurado y adaptado seguramente a los nuevos tiempos. Pero, ¿y nosotros? ¿Cuántas veces no mantenemos una fachada mientras que nuestro ser más íntimo nos habla de otras emociones, de otras luchas o inquietudes? Pensamos que mantener una fachada hierática, llena de corrección, que no muestre sentimientos no autorizados nos hace ser más correctos y afables, cuando en realidad no nos convierte ni en mejor educados ni en más respetuosos, sino que dice mucho de nuestra falsedad y del hecho de guardar las apariencias frente a situaciones tensas, ambiguas, protocolarias y alejadas de la voz del corazón. Es al constatar estas actitudes que me pregunto si somos verdaderamente seres dotados de sentimientos y emociones. Y en ello la respuesta es totalmente positiva; hemos sido creados para sentir aunque la emoción puede abarcar tanto formas positivas como negativas. Aun así, más allá de toda respuesta, estoy convencida de que aunque nos sepa mal todos acabamos sintiendo. Quizás nuestras fachadas sean consecuencia de esa creencia errónea que habla de que expresar los sentimientos no es más que una muestra de debilidad. ¿Acaso pretendemos que nuestra vida sea impoluta de puertas afuera? ¿Quién establece cuáles son los sentimientos correctos y cuáles no, más allá de nosotros mismos y de nuestros miedos? ¿Cuáles son las características que deben tener para ser los más adecuados? ¿Cómo podemos vivir ignorando una parte importante de aquellos sentimientos que nos genera el prójimo?

¿Creemos realmente que podemos crear nuestra propia burbuja para mantener máscaras y disfraces sin que eso acarree ningún tipo de consecuencia a las personas más cercanas a nosotros, a nuestro entorno más inmediato?

En muchas ocasiones, al observar todo lo que nos rodea, pienso que tal vez nos convenga ser más naturales y sinceros en nuestra forma de ser. Debemos escuchar a nuestro corazón para así anular aquellas normativas que provocan que nos autolimitemos en lo que respecta a la capacidad de sentir. Resulta necesario mostrar siempre qué somos y qué sentimos abiertamente sin perder, no obstante, el respeto por los demás.

La autora es educadora y forma parte del Àmbit Maria Corral de investigación y difusión

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