Si dejan algún barril de madera en la calle, alguien hace rodar el barril calle abajo. Con los contenedores de basuras pasa otro tanto, y los ornamentos desaparecen o son troceados, y también las plantas. Comerciantes y hosteleros de la céntrica calle de La Palla, hervidero de gente en la tarde-noche, están hartos de los actos de vandalismo nocturno que padecen durante los fines de semana.
El problema no es nuevo, pues data de hace años, pero el sector del comercio de esa activa vía ha dicho "basta" después de la enésima sucesión de gamberradas y tropelías padecidas. En otros lugares los hosteleros dejan sillas y mesas de sus terrazas al aire libre, atadas con cadenas, cuando cierran los locales, pero los de la calle de La Palla no se atreven a hacerlo ya, dados los antecedentes de daños y hurtos cometidos de madrugada.
Cierta mañana, todos (todos) los contenedores de residuos de la calle aparecieron al final de la misma, en el cruce con la Font Vella, pues hasta allí los habían arrastrado un grupo de energúmenos.
Lo ocurrido en las últimas semanas es exponente de la situación denunciada. El 9 de julio, la suerte de gremio que agrupa a comerciantes y responsables de bares y tabernas de la zona colocó, con cordeles atados de lado a lado de la calle, submarinos elaborados con garrafas de plástico recicladas. El primer fin de semana, previendo lo previsible, los impulsores desmontaron los pintorescos adornos para evitar que alguien los destrozase. Luego prefirieron dejarlos y pasó lo que pasó: que los submarinos fueron partidos o arrancados o descolgados. Maltrechos. Y así ha acontecido con casi todas las iniciativas que el gremio ha adoptado en los últimos tiempos.
El trabajo
"Nos cuesta mucho trabajo emprender acciones para hacer la calle más vistosa para que luego unos gamberros destrocen las piezas", resalta Carme Ristol, responsable del bar-restaurante El Disset.
Jaume Oller, dueño del popular El Porró, fue el pionero en la conversión de la calle de La Palla en un sitio con encanto y digno de ser paseado y su taberna, que inauguró hace casi veinte años, devino el catalizador de una eclosión de establecimientos que tuvo altos y bajos pero que ha transformado La Palla en vía de referencia culinaria de tapeo en el Centre.
"Ponemos mucho empeño en estas iniciativas, que son privadas, y no públicas como algunos piensan, para dar vida a esta zona del Centre, pero hay algunos individuos con ganas de estropear lo que no es suyo", dice Jaume Oller. "A mí me han destrozado varias veces las plantas. Parece mentira que esto ocurra aquí, en una zona tan céntrica, tan próxima al Ayuntamiento", añade una comerciante.