A la irritación acumulada durante los pasados años por la mayoría de los ciudadanos por la lluvia continuada de casos de corrupción, tenemos que añadir ahora el tragarnos -ya por segunda vez- el hecho de que la soberbia y la incapacidad de la mayoría de nuestra clase política nos lleven de nuevo a un callejón sin salida.
Estaban demasiado acostumbrados a un bipartidismo cómodo, en el que los unos o los otros convencían o sobornaban a un grupo minoritario, casi siempre a cambio de prebendas más que a complementar sus programas, cosa que el resultado actual complica, aunque el señor Rajoy no se dé por vencido.
Dicen estar al servicio del país y nos están dejando claro que su egoísmo no sólo les impide esa misión fundamental, sino que no les permite ver dos palmos delante de sus narices. Por si fuera poco, no pocos parlamentarios parecen estar más preocupados por programar sus vacaciones que por la formación de gobierno, después de casi un año de cobrar por "enredar".
Saben lo que nos estamos jugando, y la situación especialmente crítica que nos queda por delante, por lo que resulta totalmente imposible entender cómo pueden pensar que ninguno de ellos es tan imprescindible como para impedir un pacto que, dentro de los resultados y las necesidades de solucionar problemas constitucionales, deberían ver como único posible.
Y deberían ver además que, al frente de los dos partidos tradicionales y constitucionalistas, hay dos personas incompatibles, que se insultan y se niegan el saludo, por lo que cualquier fórmula que deba contar con su colaboración en equipo estará llamada al fracaso, más pronto que tarde.
¿Podemos pensar que los partidos más votados son sólo "la voz de su amo" y que toda la organización que tienen detrás son simples comparsas? ¿Que en lugar de un sistema democrático tenemos clanes de amiguetes que se han servido de todo y de todos para hacer sólo cuanto convenía a sus intereses?
¿Será posible que en esta hora crítica no haya una mayoría sensata, ni en sus ejecutivas ni en el conjunto de los órganos del partido, ni que les llegue el clamor popular que les lleve a formar esa coalición sóli- da, con acuerdos previos en los temas fundamentales que se nos están pudrien- do?
¿Será que, tras tantos años de disimular las dificultades que tenemos en nuestro futuro inmediato, han terminado por creérselo y que se puede seguir sin gobierno, sin retocar presupuestos, sin pactar el futuro de las pensiones, las relaciones exteriores y otros muchos temas fundamentales y sin ver, de común acuerdo, dónde se suprime gasto superfluo que evite nuestra quiebra, o que intente fórmulas territoriales que den solución a los problemas latentes?
Es la cuarta vez que insisto en estas páginas sobre la necesidad de pactar, pero es que, además, hay demasiados temas que enderezar y que, por mucho que algunos consideren que sólo saltándose la ley o con la fuerza de la calle pueden arreglarse, deberían convencerse de que sólo desde una mayoría cualificada, capaz de pactar los cambios constitucionales necesarios, podemos tener el sosiego y la estabilidad que el futuro requiere.
El resultado electoral proporciona una oportunidad única, aunque los actores nos demuestren constantemente que están lejos de ser los adecuados.
Cuesta pensar que pase por su mente ni la celebración de unas terceras elecciones ni pasarnos cuatro años viendo cómo se "tiran los trastos".