Alguien que decide dedicar su vida a trabajar en el ámbito social no busca hacerse rico ni que le cuelguen medallas, quien escoge este camino suele tener una vocación noble: ayudar a los demás. Los profesionales sociales estudiaron teniendo un sueño -quizás idealizado- de marcar la diferencia, de hacer justicia en una sociedad desigual, de cambiar el mundo a través del individuo. Sin embargo, en demasiadas ocasiones, se encuentran ahogados entre trámites burocráticos, teniendo que dedicarse a leer y descifrar facturas, a estudiar hipotecas o a hacer gestiones bancarias hasta convertirse en expertos en todas las materias habidas y por haber. No hay otra opción, ya que a menudo tienen que ayudar a reconstruir partes de la vida de una persona que se desmoronan y, ante esa situación de emergencia, hay que reaccionar a un ritmo frenético, no hay tiempo para inventar los nuevos perfiles profesionales que la crisis nos demanda para ayudar a la gente.
A menudo oímos y leemos quejas sobre los servicios municipales, no podría ser de otra manera, no es algo negativo, ningún servicio es perfecto y es importante que se conozcan las carencias y/o las cosas que no se hacen bien, es la mejor manera de mejorar. Sabiendo cómo se siente la gente es cómo se reconduce lo que no funciona cuando se trabaja con personas. El de Servicios Sociales es un departamento que ha soportado como ningún otro el latigazo de la crisis, se ha visto desbordado sin remedio porque, mientras se multiplicaba el número de usuarios, los recursos no eran suficientes para cubrir todas las necesidades. La consecuencia es clara, las herramientas con las que cuentan los trabajadores, educadores y otros profesionales de servicios sociales no les permiten en muchas ocasiones ofrecer el servicio que ellos hubieran querido, el que todos queremos.
Un modelo socioeconómico que genera desigualdades y un sistema que ha permitido y permite una sociedad claramente injusta han hecho que muchísimas personas, demasiadas, necesiten ayuda de la administración para salir adelante. Estas personas transmiten a menudo que sienten cómo su ilusión, su motivación por la vida y su dignidad se ven mermadas. A nadie le gusta plantarse delante de un desconocido a pedirle que le solucione algún aspecto de su vida, menos aun cuando sus necesidades han sido la consecuencia de un sistema injusto, fracturado y gravemente herido por la corrupción que ha llevado a millones de personas a padecer una pobreza que nunca imaginaron padecer. Padres y madres de familia se vieron de repente abocados a un pozo que no vieron venir y que no merecían.
En el otro lado está el profesional que recibe a esa persona en una situación complicada, sin olvidar la presión añadida de trabajar haciendo frente a situaciones de emergencia sin los recursos necesarios. Los servicios sociales nacieron para cubrir los pocos efectos secundarios de un sistema que aparentemente funcionaba. Ahora la situación se ha invertido. Ni el sistema está funcionando ni los efectos secundarios son pocos. El margen para el trabajo social es muy estrecho y la urgencia de los usuarios y las necesidades de cobertura material hacen que el trabajador sea a menudo un mero gestor de ayudas. Ésta no debería ser la función del profesional social ni lo que se espera de él.
Por tanto, el profesional de servicios sociales tiene una tarea muy complicada. En un gran porcentaje de casos, tiene que intentar que un ser humano -con sus hábitos, su carácter y su convencimiento de actuar correctamente- piense en que hay alternativas a su forma de vivir que pueden ayudar a mejorar su día a día y crea de verdad en la posibilidad de llevar a cabo los cambios que conduzcan a esta mejora. Si a esta difícil tarea añadimos las trabas burocráticas, la desesperación del que no ve una salida y las barreras que implica la falta de presupuesto o personal no es difícil imaginar que con mayor frecuencia de la deseada el servicio no cumpla las expectativas de la persona que solicita ayuda. Han de llegar más recursos, tanto humanos como materiales, desde todas las administraciones, pero el engranaje político y administrativo es mucho más lento que los problemas de la calle.
Los servicios sociales son un derecho de los ciudadanos y están para cuando los necesitemos, pero todos debemos ser conscientes de que han sufrido un duro impacto cuyos efectos aún padecemos y sobre todo debemos entender que los trabajadores de estos servicios son personas que llevan el peso de miles de historias a sus espaldas, de dramas, de impotencia, de querer y no poder. Los servicios sociales quieren acompañar, ser una herramienta, un apoyo. Se trata de personas ayudando a otras personas, de colaboradores, no de muros que franquear, buscan soluciones, no podemos verlos como dispensadores de ayudas económicas y mucho menos como adversarios.
No puedo pedir paciencia a quienes padecen, a los que tienen deudas que los asfixian, a los que se han quedado sin expectativas y no ven una salida, pero sí les pido que no carguen la culpa en los trabajadores de los servicios sociales, que comprendan que tienen un margen de movimiento limitado en situaciones de extrema urgencia y complejidad. Les pido que exijan soluciones a quien sí tiene la responsabilidad de aportarlas, los políticos. Los políticos tenemos la obligación de conocer las necesidades de la gente, debemos hacer todo lo que esté en nuestra mano -y un poco más- por cambiar todo aquello que no se adapte a estas necesidades. Para ello necesitamos a los profesionales sociales, ellos son un enlace necesario entre la administración y los ciudadanos, lo que les permite detectar las carencias y ayudar a mejorarlas. Los necesitamos todos, tenemos que cuidarlos, tenemos que cuidarnos.
* El autor es concejal delegado de Servicios Sociales, Juventud i Ocio Infantil independiente por el PSC