El tiempo de Cuaresma es tiempo de conversión, de encaminarnos hacia las actitudes genuinamente cristianas. Hoy deseo hablar del perdón. Me impresionaron las palabras del papa Francisco en una de las homilías de la misa que celebra cada mañana, con asistencia de fieles, en la capilla de Santa Marta, la residencia donde vive. Dijo así: "Como el Señor os ha perdonado, haced así también vosotros. Si no sabes perdonar, no eres cristiano. Serás un buen hombre, una buena mujer…, pero no harás lo que hizo el Señor. Es más, si no perdonas, no puedes recibir la paz del Señor, el perdón del Señor. Y cada día, cuando rezamos el Padrenuestro, decimos: ‘Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden’".
Cierto es que rezamos con frecuencia el Padrenuestro repitiendo esa petición que nos compromete -"perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden"- y nos quedamos tan tranquilos sin perdonar las ofensas que recibimos y hasta abandonando toda esperanza de llegar a perdonar. Cuando Jesús enseña esta oración a sus discípulos, añade a continuación: "Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, también os perdonará vuestro Padre celestial, pero, si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas" (Mt 6,14-15). En el mismo Sermón de la Montaña, Jesús enseña que hay que estar reconciliado con el hermano antes de presentar una ofrenda sobre el altar, y que hay que amar a los demás, incluso a los enemigos.
Si Dios nos perdonara sólo cuando nosotros perdonamos a los demás, quedaríamos en una situación harto difícil. Afortunadamente, el perdón de Dios precede al nuestro, y en el fondo lo que estamos pidiendo a Dios es que nos perdone y nos cambie el corazón para que nosotros podamos también perdonar. El perdón es un reflejo de la misericordia de Dios, que es bueno con todos, también con los malvados y desagradecidos. Quien ha experimentado el perdón de Dios, se siente movido a perdonar al hermano, hasta "setenta veces siete", es decir, siempre. De esta forma, recibimos y experimentamos la misericordia de Dios, y nos sentimos llamados a ejercerla, a ser misericordiosos con los demás, y alcanzamos una misericordia y un gozo mayores: "¡Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia!" (Mt 5,7).
Cristo perdonando desde la cruz a los que le han crucificado es para nosotros el paradigma, modelo y el impulso más grande. Nuestro corazón sólo encuentra la paz si somos capaces de perdonar y olvidar las ofensas; de otro modo, el rencor y el deseo de venganza se convierten en un lastre psicológico insoportable que nos corroe y nos limita. Por otra parte, nuestro mundo sólo tendrá futuro si en las relaciones personales y en las relaciones entre los pueblos se introduce el elemento del perdón. El perdón es la condición indispensable para la reconciliación, tanto respecto a Dios como a las personas.
Perdonar no significa complicidad con el mal o la injusticia, ni tampoco resignación o impotencia. Hay que administrar la justicia, y el edificio de la sociedad se fundamenta en la justicia. Pero para renovar la sociedad no es suficiente con una justicia fría en la que cada uno reivindica sus derechos. Hay que ir más allá, y si queremos establecer un marco de convivencia humana, de casa común, es preciso superar el egoísmo, la soberbia, la venganza y es necesario vivir las actitudes de solidaridad, misericordia y perdón.
El autor es el obispo de Terrassa