Durante estos primeros años del siglo XXI, marcados por las penurias económicas globales, las guerras santas y no tan santas, el miedo al cambio y el implacable avance de la tecnología, no deja de sorprender el revuelo que pueden provocar los artistas. No me refiero a los artistas que pisan alfombras carmesí y que reciben grandes premios y reconocimientos sino artistas que transitan carreteras, centros cívicos, plazas públicas y que alguna vez llegan a auditorios más elevados verbigracia la gestión de algún amigo venido a más. Estos juglares modernos, imprescindibles para el tejido social creativo y artístico, están totalmente desprotegidos ante la presión moralista que representan el poder político y las instituciones públicas. ¿Cómo puede entenderse que personajes que son delincuentes confesos, ladrones y malversadores puedan vivir y morir plácidamente en sus mansiones sin pisar en ningún momento el calabozo, y que estos humildes artistas sean tan vulnerables a la acción de la justicia?
El arte, por definición, carece de significación. Podemos leer una metáfora justo cómo la definición contraria a la que podría creerse. En arte, como diría aquél "al revés te lo digo para que me entiendas". ¿Meteríamos en la cárcel a Nicolas Cage o Bruce Willis porque en una película hicieron de malo? ¿Debería Jack Nicholson dormir en la perrera por ser un licántropo u hombre lobo? ¿Y Norma Duval, con sus hermosas piernas y fenomenal cuerpo, debería estar en el calabozo por haberse vestido en la juventud como una meretriz? ¿El guapo Bertín Osborne debería recibir un severo correctivo por ofrecerse amablemente a señoras que ya tienen un señor? El arte, en cualquiera de sus manifestaciones, huye de significaciones únicas. A pesar de que a Woody Allen le hirviera la sangre y le vinieran ganas de invadir Polonia con la música de Wagner, lo cierto es que Wagner no tuvo nunca ningún tipo de responsabilidad del uso que se haga de su majestuosa música.
El arte podrá aceptar un análisis técnico, podrá gustar o no pero jamás podrá entenderse como un discurso unívoco. El arte es arte por la libertad que significa.
Que una obra artística sea idónea o no para un determinado contexto es un debate que debe inscribirse en el ámbito de los responsables políticos y programadores, no de los artistas y más cuando trabajan por cuenta ajena. Cuando lo hacen por cuenta propia, ya se preocupan ellos mismos de que su obra se adapte al máximo a las expectativas del público. Ars gratia artis.
El autor es activista cultural