Terrassa

Un atracador apuñala a la dependienta de una tienda

Cree Carolina que aquel sujeto, delgado y nervioso, que le soltó cuatro o cinco navajazos la hubiera matado si no llega a mediar la suerte, acaso la Providencia, si la chaqueta de piel que portaba no hubiera amortiguado parte de los golpes con el arma blanca; también intervino seguramente su arrojo, su resistencia a la acción criminal del agresor que hace unos días la apuñaló cuando intentaba atracar el comercio en el que trabaja, una tienda de telefonía de la Rambla d’Ègara. Se fue el delincuente sin botín, pero ella se quedó con el susto y con una herida a unos centímetros de la cadera derecha.

La chica, treintañera, estaba a punto de cerrar el establecimiento en el parón del mediodía del viernes de la semana pasada. Sintió frío y se preparó para salir, y por eso se puso la chaqueta de piel. Atendía a un par de clientes, los que creía los últimos de aquella mañana. Pero entró otro, un hombre de unos 40 años, enjuto, de 1,75 de estatura más o menos, con el pelo rubio en apariencia teñido, ataviado con chaqueta de color negro. Disimuló el sujeto mirando el mostrador, como si estuviera interesado en alguno de los aparatos de telefonía allí expuestos.

Se le notaba tenso, mucho, no parecía ducho en el aplomo de los atracos. “Quiero ese móvil”, dijo cuando llegó su turno y la chica le preguntó qué deseaba. Aquel aparato precisamente, aquel teléfono que señalaba, no estaba disponible en ese momento, pero lo tendrían en la tienda a la semana siguiente. Dijo algo el individuo, entonces, sobre un móvil “de contrato”, sobre la domiciliación del recibo, mientras se acercaba hacia el cajón de la registradora.

Y sacó una navaja, y principió el atraco, una sucesión de fogonazos de violencia, una secuencia alucinante de ceguera arma en mano. Poco dinero en metálico hay en las tiendas de telefonía. “No tengo nada, no tengo nada”, gritó la joven dependienta, y entonces el atracador intentó abrir la puerta del almacén, y la muchacha trató de aprovechar el hueco entre esa puerta y el mostrador para huir.

Él, puros nervios a flor de piel, asestó un golpe con la navaja, y otro, y otro. Parecía enloquecido, febril en una secuencia inusitada de navajazos que se acrecía con los chillidos de la agredida; quiso llevarse el bolso de la chica, y ella gritaba, pero nadie la oía, ningún transeúnte se percató de nada. Estaba sola con aquel delincuente que le espetaba “te voy a matar” mientras la arrinconaba, pero la joven se mostró brava, manoteó y dio patadas, y cree que alguna alcanzó al malhechor en el rostro.

La navaja al suelo
En esas, al agresor se le ablandaron las manos y le cayó la navaja al suelo. Se agachó a recogerla antes de escapar. “Me voy, pero si sales te mato”, dijo, y salió por donde había entrado, y se dio a la fuga Rambla d’Ègara abajo.

La víctima, en estado de shock, no atinaba a pulsar el teléfono de emergencias, pero pasados unos instantes orilló la congoja y llamó al 112, y dotaciones de los Mossos d’Esquadra acudieron al comercio. La unidad de investigación de la comisaría de Terrassa investiga el robo con violencia y rastrea imágenes de cámaras de seguridad para tratar de dar con el sospechoso.

Carolina se palpó; miró su chaqueta, atravesada por desgarrones. Le dolía todo el cuerpo del esfuerzo tenso. No todos los navajazos habían sido morigerados por la chaqueta. Por debajo de la cadera, en el muslo derecho, tenía una herida, no muy profunda, de la que fue atendida en un hospital.

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