El hombre, con el peso de 91 años a sus espaldas y el de la compra en sus brazos, va a entrar en el portal de su bloque de pisos. Una pareja desconocida para él está en la puerta. Entran los dos extraños detrás de él, y con él se introducen en el ascensor. Pulsan un botón, luego otro, ascensor arriba, ascensor abajo, desbarajuste. El nonagenario, tras los vaivenes, llega a casa. Le han desaparecido los seiscientos euros que acababa de sacar de un banco.
El hurto, uno más a atribuir a los grupos de rateros que abordan a sus víctimas después de que estas hayan retirado dinero de sucursales bancarias, fue cometido días atrás en un edificio próximo a la avenida del Abat Marcet, en el tramo de Sant Pere. La víctima salió de su domicilio y a las once de la mañana penetró en una oficina bancaria y salió de allí con un sobre que contenía seiscientos euros. Guardó el dinero. El hombre se encaminó hacia un supermercado para hacer unas compras.
Compró, pagó y dejó atrás el súper para regresar a su hogar. Eran las doce del mediodía cuando llegó al portal del bloque.
Al aproximarse a su edificio no se apercibió de que dos individuos lo observaban, cerca pero a distancia prudencial. Quizás llevaban un buen rato analizando sus movimientos, siguiendo sus pasos, aguardando el momento óptimo para el golpe, pergeñando el ardid.
Arribó el anciano, sacó las llaves y procedió a abrir la puerta de abajo. Dos personas se colocaron a poca distancia de él. Eran un hombre y una mujer, amables, sonrientes. Entró, entraron ellos a continuación, cuidadosos, sin llamar la atención, inspirando confianza.
Hacen subir y bajar el ascensor
¿Sube? Nosotros subimos. ¿A qué piso van? Entraron los tres en el ascensor del edificio, y en el reducido habitáculo fue seguramente donde los ladrones desplegaron su programa de despistes, la añagaza para allegar el dinero a costa del desconcierto de un nonagenario que vio cómo la pareja hacía subir y bajar el ascensor pretextando equívocos, despistes o quién sabe qué. El objetivo era turbar a la víctima y hallar el instante oportuno para birlarle el sobre. La mujer se colocó al lado del anciano en una de las subidas o bajadas.
Dejó el hombre el ascensor en su rellano, al fin, pero el ladrón salió con él, prestándose a ayudarle en el trasiego de la compra. El anciano tenía ya la mosca detrás de la oreja, y se enojó, y exhortó al sujeto aquel a que lo dejase en paz. Algo raro apreció, pero ya era tarde. Cuando se quiso dar cuenta, no tenía el dinero ni la cartilla.