Pasadas las fiestas de Navidad, momento del año en el que el consumo alcanza sus cotas más elevadas, se anuncian las rebajas. Después de la época de compras hechas incluso de forma compulsiva, llega, sin embargo, el letargo del consumo. El comercio, para estimular las ventas, ha ideado por ello las rebajas. El objetivo es incrementar las transacciones y sacar los artículos denominados de temporada, evitando así el riesgo de que pasen de moda y ahorrando los costes de almacenamiento.
Los escaparates de las tiendas y las diferentes secciones de los almacenes nos ofrecen de forma tentadora artículos que la semana anterior tenían un precio más elevado. Algunas familias esperan a comprar en estas fechas para poder alargar un poco el presupuesto y otras, simplemente, se dejan provocar por la conveniencia del precio y a menudo, con la justificación de que un artículo es barato y antes era más caro, acaban comprando ropa u objetos que en realidad no necesitan.
De cualquier forma, no todo se rebaja en este tiempo, pues hay cosas que todo el año están al mismo precio, cosas que siempre se necesitan, como por ejemplo la comida, la energía para calentarse Y en esto no hay rebajas. En los días previos a Navidad, la sociedad parece descubrir que hay personas con necesidades materiales, como por ejemplo el comer o la calefacción del hogar, o bien necesitadas de afecto, de solidaridad, de amistad, de compartir algunos momentos de la vida, de apoyarse en la fortaleza del otro o, simplemente, de reír y sonreír con alguien al lado. En todo esto no puede haber rebajas, pero ciertamente sí que del imaginario colectivo desaparecen, como por arte de magia, las grandes movilizaciones solidarias que nos recordaban insistentemente la existencia de necesidades personales que se convertían en sociales y que era necesario paliar.
Durante los meses de enero y en los sucesivos, las personas en situación de vulnerabilidad social continúan su lucha por una subsistencia digna. Los políticos dicen que la crisis económica y social, principal responsable de las situaciones de escasez a que se ven abocados ciertos colectivos, ya está en vías de solución. Espero que basen sus afirmaciones en datos objetivos, pero el caso es que el sufrimiento de las personas se mantiene y continúan teniendo las mismas necesidades. En cambio, muchas entidades sociales que dedican sus esfuerzos a ayudar a personas necesitadas no tienen esta visión tan triunfalista. Ellas, que están al cabo de la calle y cerca de las personas que sufren, saben que la situación no es tan buena como nos quieren hacer creer. Estas entidades necesitan que no haya rebajas ni de aportaciones económicas ni de voluntariado ni de nada que pueda ralentizar su actividad. Las rebajas sólo son aplicables al mundo mercantil. Ni en la vida individual ni en la social pueden existir.
No puede haber rebajas en el ánimo ni en el compromiso ni en las sonrisas o el esfuerzo o en las ganas de ayudar a los otros; tampoco, en las de ver la ilusión en los ojos de un niño, ni en la amistad, la solidaridad, la empatía o en tantas y tantas cosas que, si las rebajáramos, provocarían que nuestra vida tuviera el riesgo de caer en la insatisfacción personal y la inutilidad social.
Sin embargo, sí que debe haber rebajas de egoísmo, de avaricia en el tiempo dedicado a los otros, de rencores guardados demasiado tiempo en el corazón. Y muchas ganas de ayudar a los demás, de cuidar de las personas vulnerables, de exigirse a uno mismo, de lograr los propósitos que cada nuevo año nos hacemos. Sólo así, sin hacer rebajas, podremos poco a poco caminar hacia una sociedad mejor.
Vayamos de rebajas, pero no de todo.