En el artículo publicado en esta misma sección, tres días antes de las elecciones generales, expresaba el deseo de que "ojalá generasen confianza". Era un deseo que necesitaba expresar, precisamente porque las encuestas ya nos predecían un mapa político harto complicado.
Conocido el resultado y transcurridos ya los suficientes días para que los partidos políticos hayan ido expresando sus intenciones, aun suponiendo que en algunos casos pueda intuirse que traslucen más interés negociador que sinceridad, la impresión que provocan es bastante desoladora.
A estas alturas, los españoles, todos, sin distinción de signo, creencia o filosofía política, no podemos engañarnos; nuestras cuentas públicas y privadas son las que son, el paro, medido en horas trabajadas, está lejos de recuperarse y la Europa que funciona y manda ha demostrado en los últimos tiempos hasta dónde está dispuesta a llegar.
Es por eso mismo que el Partido Popular y el Partido Socialista están condenados a establecer un programa conjunto, con la mayor celeridad posible, al que, en nombre del máximo consenso, no debería excluirse a Ciudadanos, en el que:
1°.- Se cuadren nuestras cuentas futuras de forma ortodoxa y se afloren las trampas contables que aún existen debajo y encima de las alfombras, tanto en el sector público como en el privado y, en ambos, lo son con el relativo beneplácito oficial (¿seguirá vigente un año más el perverso Real Decreto Ley 10/2008 que permite, desde hace más de siete años, ocultar millares de situaciones de quiebra, aun en las empresas auditadas?).
2°.- Acuerden si se acomete la reforma de la Constitución y lleguen a unos acuerdos, sobre todo aquello que pueda servir del mínimo pretexto a cuantos no desean acatarla, y también a reducir a unos términos asumibles esa estructura política estatal que resulta imposible de financiar y es creadora de un gran desbarajuste legal y de desigualdades, que no se entiende cómo, después de tantos años, no han sido declaradas inconstitucionales.
3°.- Pacten, no sólo la independencia del sistema judicial, sino su equipamiento suficiente para que, además de hacer justicia de verdad, los casos no se eternicen. Los dieciocho años de duración del caso Pallerols, así como sus nefastas y variadas conclusiones, serán (están siendo) una puerta a la impunidad del tropel de corruptos que siguen moviéndose con absoluta libertad, les permiten poner a buen recaudo sus "botines" y, más que probable, la mayoría de condenas, si las hay, lleguen cuando el condenado haya pasado a "peor vida".
4°.- No por citarla en cuarto lugar es menos prioritario consensuar una ley de educación, hecha no sólo pensando en mejorar la calidad de la enseñanza, sino en la coexistencia de la pública y la privada, donde estén representados los padres y más seleccionados y apoyados los profesores, con criterios homogéneos, solucionando problemas lingüísticos, históricos, etcétera.
5°.- En el sistema sanitario, del que tan orgullosos se sienten tantos españoles, no sólo debe solucionarse la controversia pública-privada. Ambas adolecen de un sistema organizativo y un gasto muy recortable, que, convenientemente gestionados, podrían aligerar, sino suprimir, esas listas de espera insostenibles.
6°.- La reforma laboral también debería consensuarse, no para continuar con la política de constantes parcheos llevada a cabo en los últimos tiempos, sino para que, además de fomentar la creación de empleo, logre que todos los españoles seamos iguales ante la ley. No puede ser que conviva eternamente la temporalidad rabiosa y mal pagada con esas prejubilaciones y esos despidos millonarios, incluidos aquí no sólo los empleados con gran antigüedad, sino también los grandes ejecutivos, en especial los de empresas públicas inútiles, los sindicalistas y todos nuestros políticos.
Se podrían citar numerosos problemas más, siendo el futuro de las pensiones el principal, pero los citados, junto a la encrucijada en que nos encontramos e incluso lo mucho que los dos partidos pueden perder a corto plazo, nos llevan a pensar -porque exigir daría igual- que demuestren, aunque sea por una sola vez, que nuestra supervivencia como país, económica, social y territorialmente, les importa un ápice más que sus ansias de poder.