La CUP está alcanzando una notoriedad mediática por la que muy pocos hubiésemos apostado hace tan sólo unos meses. La dependencia de la investidura de Artur Mas como presidente de la Generalitat de la decisión de la plataforma anticapitalista ha situado a esa formación en una posición que incluso para ellos está siendo complicado gestionar. La acción política de este tipo de colectivos encuentra un mejor acomodo en la contra, más en la propuesta que en la decisión, más en la transgresión que en la participación del orden establecido. Y probablemente, el compromiso al que se ve abocada la CUP pueda llegar a poner en evidencia sus propias contradicciones o el conflicto que ante decisiones de esa magnitud puede generar su heterogeneidad.
La lectura del empate imposible del pasado domingo en la asamblea celebrada en Sabadell es compleja y puede ir desde la que algunos han realizado de querer “arrastrar” deliberadamente a Artur Mas, esencia del poder establecido, por el lodo de un pacto antinatura a los que piensan que puede ser un signo de conflicto interno y que un empate permite tirar el balón hacia adelante y ganar una semana de tiempo para pensar fríamente cómo seguir adelante.
Ante cualquiera de las dos lecturas lo que está claro es que ni la CUP ni Junts Pel Sí van a salir reforzados de esta situación. El desprestigio y la falta de credibilidad de Artur Mas es evidente a estas alturas y alguno de sus correligionarios aboga ya por al convocatoria de nuevas elecciones y acabar ya con esta indigna agonía. Por otra parte, aunque en el supuesto caso de que la CUP decida investir a Mas, algo que entra dentro de lo probable, no existe ninguna garantía de que Catalunya se pueda gobernar, ni tan siquiera durante los dieciocho meses que debe durar el “procés”. La investidura de Mas no es un pacto de gobierno y el problema está en que Mas necesita tiempo para dar forma y fuerza a su nuevo partido una vez que Convergència o lo que entendíamos antes por Convergència, ha desaparecido.
Por contra, si alguien resultará beneficiado será sin duda ERC, que se fortalece en la discreción y la coherencia con sus postulados, consolidando sus históricos apoyos en las zonas rurales y recabando apoyos en las grandes ciudades que huyen del desbarajuste convergente y en Comú Podem cuya evolución habrá que seguir de cerca. En todo caso, lo que se debilita de esta poco edificante situación es la Generalitat, la institución.