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Franco y sus biografías: las mil caras de un romo poliedro

El mercado editorial se llena actualmente de un gran número de biografías de Francisco Franco, al cumplirse 40 años de su muerte, y todas ellas presentan a una figura controvertida, denostada en muchos casos, pero de manera sustantiva poliédrica, según la visión de cada historiador, y roma, de acuerdo con el juicio casi común de todos ellos.
Poliédrica en tanto en cuanto cada biógrafo se ha centrado en un aspecto o varios distintos de los de sus colegas. Roma, por cuanto la gran mayoría sostiene que la personalidad del hombre que durante 40 años gobernó España con mano de hierro carecía de relieve, de brillantez. En ello quizá, apuntan muchos de ellos, pudo radicar el secreto de su éxito.
Historiadores como Stanley G. Payne, Paul Preston o Ángel Viñas ven a Franco con mayor o menor tolerancia, o con mayor o menor sentido crítico. Para todos ellos es un dictador astuto que supo navegar con la firme pretensión de mantenerse en el poder y siempre dando una imagen anodina, casi irrelevante, con una casi total ausencia de carisma.
En “La otra cara del Caudillo. Mitos y realidades en la biografía de Franco” (Crítica), Viñas presenta el franquismo como un régimen sustentado en dos pilares, la “violencia estructural” y la codicia de su fundador, que, según el historiador, tuvo buen cuidado en amasar una notable fortuna personal.
“Franco se hace millonario en la Guerra Civil y en los años más duros de la posguerra”, hasta el punto de que en 1940 tenía un capital propio acumulado de “34 millones de pesetas”, una suma que trasladada a nuestros días “equivaldría a unos 388 millones de euros”, afirmaba Viñas en una reciente entrevista con Efe.
“Que no digan que el franquismo fue un régimen impoluto porque fue uno de los regímenes más corruptos de la historia de España”, subraya Viñas, quien recalca que “fue un régimen absolutamente extorsionador”.
En “Franco. Una biografía personal y política” (Espasa), Stanley G. Payne y Jesús Palacios analizan la figura del dictador desde varios ángulos, muy en particular la evolución que experimenta el régimen franquista, que dada su longevidad evoluciona de un sistema casi totalitario a otro de corte autoritario, siempre refractario, eso sí, a la menor penetración democrática.
Según Payne, Franco “tenía claro” que a su muerte “habría una evolución del régimen pero dentro de las estructuras” del mismo, cosa que no se produjo, pues “ya en los últimos meses” de su vida “se da cuenta” de que ese cambio que se avecina “puede ser más drástico” de lo que él deseaba.
La Transición “no fue la salida buscada por Franco en ningún modo”, como una hipótesis de lo que sucedería a su muerte, “pero sí fue la consecuencia”, afirmó Payne en entrevista con Efe.
El hispanista británico Paul Preston acaba de reeditar su canónica biografía “Franco. Caudillo de España” (Destino), en la que incide de nuevo en el tema de la corrupción como uno de los ejes del sistema franquista.
“Franco utilizaba la corrupción para controlar a sus allegados y colaboradores; era una especie de mezcla entre premio y chantaje porque les dejaba hacer cosas y luego les amenazaba con acusarles de ilegalidades”, explica Preston en entrevista con Efe.
Y ante la pregunta de quién era Franco, Preston contesta que ese es “el gran enigma: Franco era una nulidad que vivía detrás de una serie de máscaras y en cada momento cogía la más apropiada”.
En “40 años con Franco” (Crítica), obra dirigida por el historiador Julián Casanova, autores como Preston, Viñas, Borja de Riquer, José Carlos Mainer, Mary Nash o Agustín Sánchez Vidal analizan las facetas más relevantes de aquel régimen que, lejos de tener una arquitectura ideológica monolítica, fue evolucionando conforme cambiaban las circunstancias, con la única salvedad de que siempre fue una dictadura encarnada en una sola persona.
Como apunta en entrevista con Efe Julián Casanova, cuando una dictadura tiene una vida tan larga como la que tuvo el franquismo se genera una “rutina burocrática represiva” que “convierte a la sociedad” en un ente “autovigilante”, en el que todos al final pueden ser sospechosos para todos.
No había una caracterización ideológica firme -ya fuera en forma de partido o de una ideología estrictamente determinada-; simplemente, tras un telón de fondo de apariencia ideológica, existía un entramado jerárquico en cuya cúspide estaba Franco, alguien a quien Casanova define como “un pragmático a la hora de elegir cómo sobrevivir”.
El historiador y catedrático Antonio Cazorla, autor de “Franco. Biografía del mito” (Alianza Editorial) llama la atención sobre el miedo imperante en la sociedad española como uno de los factores determinantes para que Franco se mantuviera en el poder.
Un miedo que, según Cazorla, tiene una doble vertiente: por un lado, el de una minoría que teme al régimen; por otro lado, el miedo generalizado de la sociedad, que se siente insegura de ella misma, de convivir en paz; “el miedo a volver a caer en la guerra civil”.

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