Lo extraño es que cause extrañeza. No puede haber lugar para la sorpresa cuando los partidos ya advirtieron de su hoja de ruta antes incluso de las elecciones del 27 S. El proceso sigue inexorable y no habrá vuelta atrás. Ahora es tarde ya para cualquier intento de diálogo, en contra de lo que apuntaba ayer el líder del PSOE, Pedro Sánchez. La propuesta de resolución que marcará el inicio de la denominada “desconexión democrática” se aprobará en el Parlament con la mayoría que forman Junts Pel Sí y la CUP.
La cuestión está entonces en dónde se situará el límite. Es decir, si uno dice sí y el otro dice no y ya es imposible un lugar de encuentro, sólo queda espacio para el conflicto. El nivel del conflicto llegará hasta donde la parte que tiene la fuerza permita que llegue la que no tiene tanta. Huelga la identificación. La suspensión de la autonomía, algo que se nos antojaba absolutamente imposible hace sólo unos meses, es ahora no sólo posible, sino también probable. Lo que ocurrirá después es impredecible, política y también socialmente. Ni una parte ni la otra pueden renunciar ya a sus postulados, máxime teniendo en cuenta que viene una campaña electoral en la que la posición con respecto a Catalunya, especialmente del gobierno y el partido que lo sustenta, puede ser esencial.
Pero tampoco hay que perder de vista las relaciones internas del frente soberanista. La CUP, que tiene la llave de la gobernabilidad y del proceso, está jugando bien sus cartas. Evita una imagen de comunión, manteniendo una cierta distancia y marcando perfil, estrategia que le ha dado tan buen resultado en los últimos años. Y además marca el tempo y buena parte del fondo de la negociación. El círculo se va cerrando en torno a Convergència Democrática y hay prisa por aprovechar la inercia y dar un nuevo y definitivo impulso al “procés” evitando nuevas elecciones.
La CUP controla el proceso hasta el punto de que ya nadie apuesta abiertamente por Artur Mas como próximo President de la Generalitat. De hecho cuando la coalición Junts Pel Sí daba sus primeros pasos, ni Romeva ni Junqueras se manifestaban incondicionalmente en favor de la presidencia de Mas; luego sí. Ahora, la frase de que nadie es imprescindible se ha convertido en habitual, abonada por las investigaciones sobre el 3 % o los registros en la casa de la familia Pujol, casualmente coincidentes con el momento de mayor efervescencia política en torno al soberanismo.