Sábado, 19 de septiembre, once de la noche. David y Félix echan unos futbolines en un bar, a unos metros de la carretera de Matadepera. Un estruendo rompe la noche y entra, ciclónico, en el bar. Varios parroquianos salen. En la carretera, a unos metros de la comisaría de los Mossos d’Esquadra de Can Tusell, acaban de colisionar dos coches. Uno bajaba, otro subía. El chico que maneja el que descendía, un turismo, sale del coche. David y Félix, y otros testigos, corren hacia los vehículos. El otro conductor, el que subía, sigue dentro de su todoterreno; está tenso, inmóvil. Hay que abrir, hay que abrir, rompen un cristal, David entra, abre desde dentro, se nos va, dice Félix. ¡El hombre se traga la lengua! Algo para hacer palanca, un encendedor, abren la boca, aguantan su lengua, llegan los servicios de emergencias. Se llevan vivo al hombre, que ha sufrido un infarto. Los testigos le han salvado la vida.
Félix Torres Villar tiene 47 años y es pintor de paredes y esfuerzos, de doce horas al día. David Vázquez del Arco-Calderón cuenta 19 años y no tiene trabajo. Antonio Martín, cuarentón de manazas curtidas, es un mecánico de aúpa, pero apenas tiene oportunidades de demostrar su valía. Los tres son vecinos de Can Tusell. Los tres estuvieron allí, junto con otros tipos resueltos, y fueron protagonistas de una acción excepcional en un momento excepcional, que en eso consiste, dicen, ser un héroe. Los tres han sido galardonados con un reconocimiento público por la asociación de vecinos de Can Tusell, que ha propuesto al Ayuntamiento que la distinción sea, en breve, municipal.
Desbloquear la entrada
El conductor había perdido el control del vehículo por la parada cardiorrespiratoria. "Quisimos abrir las puertas del coche y no hubo manera", recuerdan los héroes. ¿Qué hacemos?, pensaron. Había que desbloquear la entrada. "La lengua, la lengua", dijo Félix. "Pensé que tenía un ataque epiléptico", rememora. Un joven cerró una mano y asestó un puñetazo (está herido por ello), y otro más, en la ventanilla del copiloto, y la rompió. Como un solo hombre, a David lo cogieron de los pies, adentro, entra tú, dijo un amigo, Óscar, y lo entraron en el coche, y lo primero que hizo David fue desembarazar al conductor del cinturón, y trasteó como pudo para anular el bloqueo de las puertas.
Hay prisa, mucha prisa, David palpa la yugular del hombre. "Me dio muy mal rollo, estaba fría". Pulsa un botón, y otro, para dar con la tecla en aquel salpicadero enorme. Un botón desbloquea la puerta del conductor. Ya está, ya está.
Félix, Antonio y otro ciudadano, Simón, acceden al coche. Primero prueban con una cartera para abrir la boca del enfermo y liberarla del obstáculo de su lengua.
La cartera no sirve, y alguien que pasa un encendedor, y Simón que lo mete en el orificio, y Félix que aguanta la boca abierta como puede, suda, le tiemblan las manos del empeño, sacan la lengua un poco, abren un hueco minúsculo, el hombre está lívido, se nos va, dice Félix. Llegan los servicios de emergencias. "Recibí un empujón", dice Félix. Los sanitarios sacaron al paciente del coche. El grupo se apartó. David se lastimó las piernas con cristales al salir del vehículo. Alguien había corrido a la comisaría de los mossos, y llegó un agente, y luego otro. "El segundo le hizo los masajes en el pecho para reanimarlo. Vimos un gesto del hombre, parecía revivir. Luego ya le pusieron las placas", cuenta Félix. Tras la acción del desfibrilador, una ambulancia se llevó a la víctima, rediviva.
Algunos individuos, en aquel enjambre de testigos, no pararon de grabar con sus móviles, explica Félix con rictus de indignación. "Tuve que echar a alguno que incluso quería entrar en el coche", añade.
El shock
Los héroes se marcharon. La cabeza les hervía. "Reconozco que estaba paralizado. Si no llega a haber allí gente más mayor que yo, ese hombre se nos muere", afirma David. Se nos muere, dice. Porque aquel hombre era un igual, era cada uno de ellos, era un hermano, un padre, un primo, una persona desvalida. "Me fui con un shock en el coco", asegura Félix.
La asociación de vecinos de Can Tusell ha premiado a Félix, a David y a Antonio, con unos diplomas de simbolismo extensible a todos los que el 19 de septiembre insuflaron hálito de vida por un hueco menudo a un hombre con un infarto. Para la entidad, el reconocimiento es distinción y puede ser espejo y referente para otros vecinos, sobre todo para los jóvenes, de un barrio, Can Tusell, muchas veces asaeteado por el estigma del conflicto.
El enfermo está en un hospital de Barcelona. Su esposa ha llamado esta semana a José Luis Ruiz, secretario de la asociación, para dar las gracias a los héroes. Cuando lo supo, Félix se puso a llorar.