Tras tantos años de severa crisis, el panorama nacional e internacional, lejos de despejarse, va sumando día a día nuevas complicaciones, de forma que, observado globalmente, bien podría decirse que tenemos ante nosotros un planeta revuelto o convulso.
Para bien o para mal, nos vamos acostumbrando a que los medios de comunicación nos bombardeen diariamente con noticias poco halagüeñas y, de tanto en tanto, añadan alguna que supone algún nuevo y grueso problema nacional o internacional.
Parece como si, después de haber vivido acontecimientos como el 11-S, el 11-M y tantos desastres más, además de los estallidos de burbujas y sus consiguientes desastres financieros, nuestra sensibilidad haya quedado "tocada" y nos sorprenden poco las escalofriantes noticias sobre inmigrantes, pateras y ataúdes colectivos, el salvaje y cada vez más extendido yihadismo, las noticias sobre la rápida desaparición de la capa de hielo polar (algo tendrá que ver eso con las temperaturas medias elevadísimas que hemos padecido este verano), el desquiciamiento de los mercados, en especial los de materias primas (a la cabeza de ellas, el petróleo) y los conflictos bélicos que se han extendido como mancha de aceite de Afganistán a Libia y del centro de África a Ucrania.
Mientras, los políticos, tanto de aquí como de allá, parecen estar más pendientes del corto plazo y de sus propios avatares que de los grandes problemas, para cuya solución en pocas ocasiones se llega a acuerdos multinacionales que posibiliten acuerdos. Y ya no digamos lo olvidados que están temas como los ecológicos, a pesar de las violentas muestras que la naturaleza nos ofrece en los últimos tiempos.
A nivel nacional también nos hemos ido acostumbrando, ya no sólo a la corrupción y la sordina que parece ponerles alguien a los procesos judiciales, sino a la retórica confusa, oportunista y cambiante, al ritmo de los sondeos, practicada por casi todos nuestros políticos, mientras el público, atónito, piensa que sólo el azar decidirá a qué coalición beneficiará su voto, lo dedique a quien lo dedique, habida cuenta de las extrañas coaliciones que se vienen organizando últimamente.
Ese panorama general es mal aliado de la confianza, por lo que no se puede confiar en que la recuperación actual se consolide, por muy rosado que prometan el futuro el señor Rajoy y sus voceros, crecidos ante la mejora económica, pero que se debe fundamentalmente, más que a su gestión, a la baja de los tipos de interés y el desplome del precio del petróleo, lo que nos reduce el importe de las facturas más estrepitosas a que debe hacer frente nuestro país en los últimos años.
A nivel más local, también nos hemos ido acostumbrando a que unos y otros nos bombardeen diariamente con el problema secesionista, y además de que las elecciones autonómicas del 27-S se consideren plebiscitarias, se mezcle en las listas partidos e instituciones, con la sorprendente novedad de que el que deberá presidir el Govern vaya de numero cuatro. La vía escogida, la propensión al apoyo popular en la calle y las disposiciones en contra de la legislación vigente forman un combinado cuyas consecuencias y resultado final son difíciles de imaginar.