En su momento fue considerado como una de las mejores salas de cine de España. Tenía una gran capacidad y además reunía todos los requisitos técnicos del momento. Los orígenes del proyecto hay que situarlos en 1932, se inauguró en 1935, pasó por múltiples avatares hasta que cerró sus puertas en 2000 y cuatro años más tarde el local se reconvirtió en una tienda de la cadena Zara aunque conservando algunos de sus elementos identificativos. De hecho, el Cinema La Rambla estaba protegido por el Catàleg d’Edificis d’Interès Històric-Artístic de la ciudad.
Si hablamos del inicio del proyecto, curiosamente hay que referirse al ferrocarril. Y es que existía la propuesta de que el denominado “tren de baix”, es decir, los actuales Ferrocarrils de la Generalitat, llegasen hasta la Rambla d’Ègara. Por ello, Ferrocarrils de Catalunya ya contaban con un terreno en esa arteria de la ciudad. Al final, sin embargo, se optó porque la línea de tren finalizara en el Portal de Sant Roc. Fue entonces cuando la inmobiliaria Egara, con Francesc Salvans como una de las principales cabezas visibles, adquirió ese terreno de la Rambla que más tarde se convirtió en la gran sala cinematográfica de la ciudad.
Empezaba el año 1934 y comenzaba también el periplo para que Terrassa dispusiera del que sería su gran cine. Fue en enero de ese año cuando dos arquitectos, el terrassense Ignasi Escudé i Gibert y el olotense Manuel de Solà Morales i Rosselló presentaron los planos al Ayuntamiento. Dado el plácet, se iniciaba el proceso de construcción una vez se puso la primera piedra, el 21 de mayo de ese mismo año. Pero en un principio, la construcción fue complicada, accidentada… y trágica.
El problema fundamental radicaba en la cimentación. El terreno se hallaba en la Rambla d’Ègara y, por tanto, muy próximo al lecho de la antigua riera del Palau. Hubo filtraciones de agua, corrimientos de tierras y esa cimentación sufrió importantes daños. El 19 de junio de 1934 fue un día trágico. Tres trabajadores perdieron la vida. “Mentre quatre obrers enfondien els soterranis de l’edifici del nou cinema, una ensulciada del terreny els ha sepultat, morint-ne tres i quedant l’altre gravement ferit”. Así lo indicaba textualmente el periódico L’Acció de aquel mismo día. Especulaba que el accidente se había podido producir por la poca consistencia del terreno o porque había paredes mal apuntaladas. En todo caso, los cuatro obreros quedaron sepultados por una gran cantidad de tierra y se dijo que murieron asfixiados. Los fallecidos fueron Antoni Pascual i Querol, de 41 años, domiciliado en la carretera de Rellinars; Josep Carmona i Sánchez, de 24 años, que residía en la calle de Sant Joan, y Sebastià Blanco i Pomar, de 35 años, con domicilio en la calle Pau Marsal. El trabajador herido era Manuel Ortega Escobar, de 24 años, con vivienda en la calle Infant Martí.
Al día siguiente, en L’Acció se seguía hablando del trágico accidente que había producido una gran consternación en la ciudad, y se hacía referencia que justo el mismo día 19 de junio se cumplía el cuarto aniversario de otro desgraciado hecho en la propia Rambla d’Ègara, la muerte de cuatro niños que les sorprendió una riada cuando estaban jugando.
Un duelo multitudinario
El entierro de los tres obreros constituyó una multitudinaria expresión de duelo en Terrassa. El sepelio empezó en el propio Ayuntamiento y se hizo coincidir a una hora en que los trabajadores de la ciudad pudieran acudir a dar su último adiós a los tres fallecidos. A las 6.30 de la tarde, en el Ayuntamiento se formó la comitiva mortuoria . Una amplia representación política, económica y social de la ciudad estuvo presente en este acto. La comitiva siguió por la calle de Sant Pere, Teatre, Font Vella, Passeig y avenida Jacquard. En todo el recorrido la presencia de ciudadanos fue muy numerosa. La ciudad quiso estar en ese momento con todos los familiares de las víctimas del fatal accidente. Esa comitiva llegó hasta la Escola Industrial. Despedido el duelo, algunos asistentes subieron a tres autocares para llegar hasta el cementerio en donde Pascual, Carmona y Blanco recibieron sepultura.
Pero las obras siguieron y quedaba menos de un año para que finalizasen. Hubo los contratiempos propios de toda obra de esta envergadura, pero poco a poco, el Cinema La Rambla iba tomando cuerpo, con unas líneas internas y externas que no dejaban a nadie indiferente.
Estilísticamente, el Cinema La Rambla bebe en las fuentes arquitectónicas del racionalismo, en el que la funcionalidad y la sobriedad eran elementos preponderantes, y en su ornamentación se aprecian claras reminiscencias características del Art Decó, el movimiento que se extendió a partir de los años veinte del siglo pasado y que aportaba elementos elegantes y modernistas. Probablemente lo que más destacaba en el Cinema La Rambla era el enorme patio de butacas, libre de obstáculos para que la visibilidad desde todos los puntos fuera perfecta, y también para que tuviera la pendiente adecuada. Además, se incorporaron los elementos técnicos más avanzados del momento y asimismo destacaba su sistema de climatización.
Y llegó el 11 de abril de 1935. La inauguración. “La princesa de la Zarda”. Esa fue la primera película que se vio en el Cinema La Rambla. Se trataba de un film dirigido por Robert Herith y Walter Röhrig que tenía como principales protagonistas a Marta Eggerth y Hans Söhnker.
Programa inaugural
El programa de ese día inaugural lo completaban la revista Éclair Journal, dibujos en technicolor “En los bosques de Viena”, y la proyección del film “El hijo perdido”, del actor y director Luis Trenker. En esa sesión especial de inauguración los precios eran los siguientes: 1,25 pesetas en la platea; 1,50 pesetas en la preferencia; 2 pesetas en la preferencia numerada. La empresa destinó la recaudación de ese día a las familias de los obreros fallecidos. En los días siguientes, por el precio de 1 peseta se podía ver las proyecciones desde la platea.
El tiempo pasaba, el Cinema La Rambla se convirtió en un punto de referencia ciudadana. Los terrassenses acudían a ver las películas. En la posguerra vivió un buen momento como otras salas cinematográficas. La gente iba al cine. Hasta que las costumbres cambiaron, hasta que llegó el “Seiscientos”, hasta que llegó la televisión. Y empezó el declive de los cines. Eran los años sesenta, el momento en el que empiezan a caer, una tras otra, las salas cinematográficas de la ciudad. Era el declive para el cine local y también para el Cinema La Rambla. Ya muy desmejorado, aquel reluciente edificio de líneas esbeltas había envejecido, mal envejecido, impulsado por los vaivenes del momento. Un triste final.
Mucho más que un cine
El 2 de noviembre de 2000 fue su último día. El empresario Joan Mollet, de Espectáculos Egara, cerraba las puertas del cine. Casi tres años después, Inditex se interesó por el local. Lo adquirió para instalar un establecimiento Zara. Y el Cinema La Rambla, en parte, pudo volver a recuperar su esplendor porque se acometió una importante restauración del edificio. El 4 de diciembre de 2004 se inauguró la tienda. Y se recordaba una sala que no solo acogió cine. También conciertos, espectáculos muy diversos e incluso mitines. Fue, en definitiva, mucho más que un cine.