Debo reconocer que mi percepción de la realidad está muy alterada desde que Jorge Fernández Díaz ocupa la cartera de Interior en este Gobierno. Hay quien dice que es la de Gobernación, pero creo que es una visión malintencionada. Jorge Fernández ha ido al Parlamento a dar explicaciones y no como habría hecho el genuino de Gobernación, Arias Navarro, a exigirlas. Mucha gente se habrá olvidado de cómo lo hacía el pájaro, de cómo un escalofrío recorría el espinazo de cada telespectador cuando el señor de las orejas de soplillo le miraba con fijeza. Y sé por un amigo que se dedica a interpretar los gestos que no era por eso, sino por el buen manejo que hacía de sus rasgos el señor Arias.
Y confieso de buena gana, porque nobleza obliga, que he estado más de 24 horas haciendo una mala interpretación de la comparecencia, porque entendí que Jorge Fernández entendía que quien sufría amenazas era él mismo y no Rato.
Deshecho el equívoco, ya puedo juzgar, desde mi punto de vista, naturalmente, lo que ha sucedido. Y es que el ministro se ha sentido conmovido por más de cuatrocientos tuits que amenazaban al ex vicepresidente del Gobierno y a su honra.
Yo también doy toda la credibilidad a su interpretación que los describe como amenazantes. Porque, y espero no estar denunciando a ningún conciudadano al decirlo, no conozco a nadie, absolutamente a nadie, que al rememorar las acciones de Rato no diga algo así como: "Yo a este le…". Y soy testigo de que lo dicen todas las veces con el mismo encono. De paso dicen también alguna lindeza en referencia a su linaje materno. A esto no le doy demasiada importancia porque es muy de asturianos empezar algún predicamento con una evocación gratuita a los ancestros. O sea, que no tiene mayores. Pero la amenaza sí iba en serio.
Fragmento del artículo de Jorge M. Reverte publicado en El País