Cuando España vivía en el blanco y negro obligado de los años sesenta, un libro vino a romper la monotonía de las tardes de radionovela. "Clochemerle", de Gabriel Chevalier y escrita en 1934, se convirtió en una pequeña válvula de escape de las mesas-camilla. El relato, menor y exitoso entre la pacífica clase media, daba cuenta de las cuitas de un pequeño pueblo inventado del sur de Francia, en la región de Beaujolais, donde los vecinos se enzarzaban en un debate sobre la conveniencia de tener unos urinarios junto a la iglesia de la localidad.
La España oficialmente nacionalcatólica se reía viendo cómo la laica Francia, que siempre albergó grandes librepensadores y portentosos reaccionarios, buscaba solución a ese embrollo evacuatorio-eclesial. La exportación del relato aterrizó en España con 30 años de retraso. Ahora, 50 años después, Barcelona vive su particular "Clochemerle".
La iglesia en el caso catalán ha sido sustituida por la patria. Porque nada menos que ahí, en el punto cero del nacionalismo, junto al edificio del Centre Cultural del Born, los volterianos del equipo de gobierno municipal se atrevieron a colocar esta misma semana dos urinarios públicos. El barrio en cuestión, además de albergar templos, es zona de bares y vida nocturna donde no es difícil sorprender a ciudadanos aliviándose entre contenedores de basura. Pero, claro, los retretes invitaban a orinar junto a los restos sacralizados de la ciudad bombardeada por las tropas de Felipe V en 1714. El enfado convergente fue colosal. Hubo una rueda de prensa convocada ad hoc para reparar esa "¡falta de respeto!" y el "desprecio a la historia y al patrimonio de la ciudad y del país". Ante tamaña ofensa, y como los retretes son portátiles, los librepensadores del gobierno municipal de Ada Colau decidieron retirar los urinarios de las paredes del Born y evitar tentaciones traidoras.
Fragmento del artículo de Francesc Valls publicado en El País