Opinió

¿Qué tiene nuestro sistema de capitalista?

Francamente muy poco, por no decir nada. Ya mucho antes de que la crisis provocara sus estragos, el funcionamiento tenía tantas excepciones al libre mercado y la libre asignación de capitales que era difícil calificarlo nítidamente como tal.

La abundancia de subvenciones a determinados productos, obras y servicios, que van cambiando con el tiempo, según los criterios o el libre albedrío de altos funcionarios o políticos, igual que las ayudas de cualquier tipo a determinados sectores de la población (aunque algunas de ellas estén justificadas socialmente) o la preferente fiscalidad y condiciones de políticos y altos funcionarios, no cabían ya en un sistema calificado como tal.

Pero desde que la crisis puso en jaque al sistema financiero y a una buena parte del sistema familiar hipotecado, se vienen sucediendo toda una retahíla de decisiones económicas y financieras que son la negación del sistema capitalista como tal.

Tanto la fijación de condiciones laborales por el propio ejecutivo que lo perciba como el “cargar el muerto” de los créditos irrecuperables, firmados por insensatos, al conjunto de la sociedad, no deja de poner al descubierto un cúmulo de vicios o defectos del sistema, tanto en lo financiero como en lo político, que lo han herido de muerte.

Las ayudas al sistema financiero han sido, sin duda alguna, la mayor aberración que se ha cometido. En las cajas de ahorros, porque antes de disponer de ayudas era necesaria una revisión de sus motivaciones y, por lo que fuimos sabiendo, era imprescindible empezar por una depuración de responsabilidades de quienes actuaron como dueños y señores y, digámoslo claro, las desvalijaron sin miramientos.

En los bancos, la solución fue más lejos y, mientras se les adjudicaban ayudas al “ya te veré”, no sólo no se les obligaba a poner a disposición su capital, para compensar pérdidas como las vigentes leyes obligaban, hasta donde llegasen, adjudicando la propiedad a los titulares de las ayudas, en la parte correspondiente, sino que se les fue permitiendo, no sólo el reparto de dividendos, sino la utilización de fórmulas claramente fraudulentas con el fin de captar más recursos de la clientela, a sabiendas de que tales recursos habían sido “consumidos” previamente.

Por el contrario, esta semana nos contaba un amigo cómo un banco de los auxiliados le reclama con tonos judiciales un saldo en contra del cliente, provocado porque, tras cancelar la cuenta, le cargaron gastos de mantenimiento, y como la siguen considerando no cancelada (por error del propio banco) siguen cargando gastos sin piedad periódicamente. En el corrillo que formábamos salieron varios temas similares de telefónicas, eléctricas y otras, lo que nos llevó a pensar que estamos también ante la ley del más fuerte y, quizás, ante la vista gorda de las autoridades, ante los importes abusivos que se vienen aplicando.

Aunque el sistema siempre tuviese detractores, qué felices tiempos aquellos en que las normas estaban claras y los contratos se firmaban para cumplirse. El desquiciamiento a que hemos llevado aquellos criterios da mucho que pensar, y pienso que hará muy difícil volver a recuperar aquella normalidad.

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