Opinió

Hace calor, tengo la receta para estar mejor

Calor. La palabra más repetida desde hace una semana. Y quién no ha aprovechado para decir que nos estamos cargando el planeta -cierto, mientras no lo remediemos-, o que, si ahora estamos así, qué pasará en agosto, o incluso ha reflexionado sobre la eterna pregunta -con tantas respuestas como personas- que cuestiona si el cuerpo tolera mejor el frío que el calor. Leí hace poco que muchos dicen que prefieren el frío porque al menos hay ropa para combatirlo pero que en realidad lo afirman porque nunca han pasado frío de verdad. Puede ser cierto, yo me quejo mucho en verano pero no quiero saber cuánto me lamentaría si viviera un invierno, por ejemplo, en Alaska, donde las temperaturas pueden ser de -49º C, como lo fueron cuando en 1925 una caravana de trineos tirada por perros, capitaneada por el husky siberiano Balto, recorrió 1.085 km en 127 horas y media para llevar la antitoxina diftérica al pequeño hospital de Nome, con más de 20 niños infectados.

El frío no impidió un gran acto de humanidad, de hecho se podría decir que el frío nos hizo humanos, no en vano, hace aproximadamente 2,8 millones de años se inicia un ciclo de enfriamiento de la Tierra que comporta glaciaciones importantes en zonas actualmente temperadas y una aridez creciente en las latitudes bajas, alrededor del ecuador, en la que sería la cuna del origen del ser humano. La pérdida de bosques del continente africano fue más notable en el este que en el oeste, lo que explica por qué nuestra evolución se produjo entonces – hace 2,4 millones de años- al este del Gran Rift en los llanos de África. El rigor de los cambios ecológicos intensificó las divergencias y provocó la formación de particularidades así como la especiación dentro de la familia de los homínidos, pues a las distintas especies de Australopithecus y Paranthropus ya existentes se sumaron los primeros Homo. Un millón de años más tarde la crisis climática se agravaría, la presión se agudizaría y de todas las especiaciones sólo resistiría nuestro género Homo y la especie Homo ergaster/erectus. Así, podemos considerar que los cambios climáticos pueden ser motores de selección natural. Tiemblo sólo de pensarlo, si de mí dependiera la especie humana, creo que cualquier ola fresquita que me pillara con la ropa inadecuada acabaría pronto con nosotros. Por suerte aprendimos a combatir la severidad de los cambios ecológicos con la técnica, ya fuera de herramientas, de hogares, de vestimentas y de maneras de dominar el fuego, lo que sin duda permitió que algunas especies pudieran protegerse ante el resto de periodos fríos -y explicar historias alrededor de la hoguera-, como en la última edad de hielo que terminó hace unos 12 mil años, cuando la bonanza climática permitió a los humanos, ya sólo Homo sapiens, la generación de un nuevo sistema económico basado en la agricultura y la ganadería, la sedentarización de las poblaciones, la producción de excedentes de alimentos, la creciente división del trabajo, la creación de castas gobernantes o sacerdotales, el inicio de las primeras grandes civilizaciones en Oriente Medio y la invención muchos años más tarde de la máquina perfecta: la bicicleta, que evita que me derrita mientras me muevo por la ciudad, gracias al vientecillo que se origina cuando me deslizo por las calles de Terrassa y de paso me inspiro para escribir el artículo de esta semana.
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