Una vez nos empezaron a informar de las disparatadas cifras que han percibido en los últimos años quienes más han contribuido a desvalijar muchas instituciones, son frecuentes las quejas por los altos salarios que perciben los muchos y buenísimos profesionales que tenemos en este país y que, no sólo son capaces de desarrollar su labor concienzudamente, sino que, en muchos casos, la cuenta de resultados de la empresa varía ostensiblemente gracias a su exclusivo “saber hacer”.
Nunca ha sucedido lo mismo con los futbolistas, por ejemplo, a cuyas cifras mastodónticas de fichaje viene perfectamente acostumbrado el personal, a pesar de que últimamente se han ido descubriendo y publicando “tapujos” de toda índole, alrededor de los mismos.
Debe hacer meditar, en especial a los responsables de empresas familiares, la forma de actuar de gran número de ellas en que, coticen o no en Bolsa, existe una familia que mantiene el control.
Patriarcas de las más exitosas empresas, llegado su declive personal, optan por prescindir de la familia y fichar profesionales del más reconocido prestigio, a quienes traspasan las máximas responsabilidades, convencidos de que es lo mejor para la empresa y que, por tanto, también lo será para la familia.
Que al señor Isla lo fichase el señor Ortega por unas cifras millonarias, que se incrementan exponencialmente en función de lo que los resultados mejoren, no puede fastidiar más que a los envidiosos o a los ineptos, y sí en cambio demuestra que este empresario ha actuado con tanta inteligencia al plantear su sucesión como a lo largo de toda su vida, en la que ha creado uno de los mayores imperios del planeta.
En los últimos días, se ha sabido de otro fichaje similar en el mundo de la radio, y en este caso la decisión es más “peliaguda”, pues la empresa que contrata está, desde hace tiempo, sumida en las pérdidas. Si el fichaje logra cambiar el signo de los resultados, a nadie debería molestar, pero es de suponer que, de no ser así, fichaje y quizás empresa pueden tener los días contados.
Hemos citado dos ejemplos, de los más conocidos por el público, pero cada vez son más y no sólo a nivel de grandes empresas. ¿Cuánta empresa familiar se hubiese podido salvar en el pasado con esta política de personal? Es imposible saberlo, pero sí es cierto que la gran mayoría de ellas han ido sucumbiendo entre la segunda y cuarta generación.
En la mayoría de los casos, lo más difícil es que los socios puedan o sepan escoger libremente. Unas veces porque, aunque se recurra a alguien fuera de la familia, su elección puede venir condicionada por simpatías previas y otras porque la complejidad de muchas empresas hace que los propios socios no tengan claras las cualidades necesarias del posible candidato.
Por último, decir que, las cifras y condiciones de la mamandurria, las fijan o el propio interesado o una amistad, nunca tiene en cuenta el cumpliendo de objetivos y ninguno de los cuales se juega nada en la empresa o en la institución, y los sueldos elevados son aprobados por los socios, que sí se lo juegan todo.