Terrassa se ha vuelto a situar en el pódium de la investigación. En esta ocasión gracias a Samuel Sánchez, licenciado y doctor en Química por la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), que este jueves recibió el premio Fundació Princesa Girona en reconocimiento a su labor científica en el campo de la nanoctenología. El galardón ha coincidido en el tiempo con una nueva etapa profesional para Sánchez. Tras años de trabajar en el extranjero, el joven científico regresa a Barcelona para incorporarse como investigador en el prestigioso Institut de Bioenginyeria de Catalunya (IBEC).
Acaba de recibir un premio por su labor científica. ¿Satisfecho?
Sí, estoy muy contento. De hecho, los últimos seis meses me han entregado muchas distinciones. Los premios para mí son un incentivo para dedicar más horas de investigación y motivar mucho a mi grupo. Soy joven pero no me siento presionado. Me ilusiona mucho que las instituciones de mi país me den un premio y valoren lo que haces. Y, al mismo tiempo, es un aliciente para marcarme más retos.
El jurado le ha reconocido su trabajo en el campo de la nanotecnología . ¿Cuál es su trabajo?
Hacemos pequeños dispositivos que pueden navegar para atajar un problema. Es cómo si tuviéramos la misión de construir pequeños submarinos para moverse en un líquido con el objetivo de llegar a lugares determinados. Y esos lugares no son arbitrarios sino que nosotros les damos unas órdenes. La idea es conseguir que el dispositivo se mueva bajo un control y que una vez que llegue allí, al lugar donde nos interesa, pueda realizar una función concreta. Y estos dispositivos deben tener una características especiales, que sean autopropulsados, que se puedan controlar, que puedan hacer una función externa, que tengan una aplicación.
¿Qué aplicaciones?
Pues, de momento, intentamos aplicaciones en los campos de la medicina y del medio ambiente. Por ejemplo, en medicina, se trata de que el dispositivo pueda atacar células y liberar fármacos. Pero hay que buscar un dispositivo que no use materiales tóxicos. En medio ambiente se busca un dispositivo para limpiar las aguas… Si habláramos de ciencia-ficción, el objetivo sería construir pequeños submarinos que se muevan por el cuerpo o por otros espacios…. ¿Cómo hacerlos? Sabemos ya cómo hacerlos pero nos falta cómo darles movimiento y el tipo de material para que no sea tóxico. Y para ello hay que mirar la naturaleza, las bacterias, las células, los virus, ver cómo se comportan… La gente tiene que imaginarse que son estructuras muy simples. Son esferas, son tubos, pero es que la naturaleza es así. La idea es que puedan llegar donde queremos que lleguen.
¿En qué fase está este trabajo?
De momento todo está en el laboratorio y no ha llegado a la medicina. Hay dos cosas todavía por cerrar. El primer inconveniente que tenemos que resolver es que el combustible que utilizan estos aparatos es tóxico y esto no se puede aplicar. Estas investigaciones se han explicado. Hay hospitales de Barcelona por ejemplo, que están interesados en ello. Pero yo mismo soy consciente de que la investigación no está terminada.
¿Cuánto tiempo falta para llevar el dispositivo a la práctica?
Bueno estamos ilusionados en que sea rápido. Pero hay que ser realistas. La ciencia para que sea aplicada debe ofrecer un producto que sea efectivo. Llevamos sólo cinco años trabajando en este tema. No es mucho si uno lo compara con el periodo que tardan los fármacos que se desarrollan en el laboratorio y hasta que se ponen a la venta. Habitualmente, son veinte años. Yo diría que aún nos quedan diez o cinco años más para estar en un nivel de exigencia.
Usted trabajaba como investigador en el Instituto Max Planck de Stuttgart (Alemania) y ahora regresa a Barcelona. ¿Cómo ha sido posible este cambio?
Desde el 1 de enero de este año soy profesor investigador del Institut de Bioenginyeria de Catalunya (IBEC) en Barcelona pero no me despegaré totalmente de Alemania. La idea es hacer la mudanza a Barcelona el próximo septiembre y seguir con el laboratorio en Sttugart. Y este periodo de transición durará hasta finales 2017 porque tengo acuerdos, investigadores que están allí, tengo un contrato en vigor… Pero, bueno, si regreso con mi familia con el objetivo de instalarme aquí.
¿Por qué se fue a Alemania?
Yo inicié una vez titulado un periplo internacional. En su día me dijeron que era ‘una fuga de talento” como otros más. Yo me licencié en la UAB y me fui primero a Japón, de Japón a Dresde y de ahí a Stuttgart y ahora a Barcelona. El motivo de mi regreso es porque he obtenido una plaza ICREA en el IBEC que es muy buena, tiene mucho prestigio, es muy competitiva.. Es de profesor investigador. Podría dar clases pero no es necesario por lo que me puedo dedicar absolutamente a lo que me apasiona, que es la ciencia.
Usted ha trabajado en el extranjero en instituciones internacionales de prestigio. ¿Era más cómodo seguir en Alemania?
Irse al extranjero es muy bueno, es incluso necesario. Si yo fuera profesor y tuviera estudiantes, lo recomendaría. ¿Por qué? Porque ves otros laboratorios, otro tipo de trabajo, otras culturas, hablas con gente, se te abre la mente… Para mí fue bueno terminar la carrera e irme en seguida al extranjero. También es cierto que intenté quedarme aquí y no me dieron ninguna beca y, al final, la he obtenido. El hecho de irme a Japón fue porque consideré que tenía unas condiciones muy buenas pero es un país que queda lejos no sólo en kilómetros sino también en cultura. Después hallé este lugar de Dresde en Alemania que han sido pioneros en este tipo de creación de nanomotores y después se creó el grupo de Stuttgart y me contrataron. Una vez allí, en Stuttgart, de eso hace un año y medio, yo no veía la posibilidad de volver a Barcelona hasta que me ofrecieron esta plaza de investigador ICREA. Y me dije sólo aceptaré si es fija porque en Alemania sólo son fijos los directores. Y esta es la razón de mi regreso. Es una plaza con muy buena reputación, muy buen sueldo. Esto seduce a cualquiera. Estoy contentísimo.
¿Esto confirma que las cosas aquí no son tan malas como las pintan? ¿Se siente afortunado?
A veces mi padre me dice que tengo suerte pero la suerte hay que buscarla. Si no me hubiera ido quizás ahora no estaría aquí. Pero irse también es un riesgo. La carrera de mi mujer se ha retrasado, mi hija ha nacido en el extranjero, nos hemos sentido muy solos… No ha sido un camino de rosas pero, al final, ha tenido su recompensa.
¿Cómo valora la labor de investigación que se lleva a cabo aquí?
Mi sensación es que existe un ambiente de cierto pesimismo. Yo también debo reconocer que he vivido en una burbuja en Alemania porque he estado en los mejores centros. Pero la universidad de allí no está excesivamente mejor que la de aquí, aunque sí hay mejor ambiente. Hay ganas de luchar, de trabajar, de hacer proyectos. Y desde arriba los políticos te motivan y ayudan y te respetan. Aquí no he visto estas condiciones pero hay que decir que los institutos internacionales, como el IBEC, no tienen nada que envidiar a los de fuera. Tienen el mismo prestigio.
¿Por qué se decantó por estudiar Química y en particular robótica?
En 2008 acabé mi tesis y también mi título de entrenador de básquet. Fui entrenador de básquet del Sferic de Terrassa durante muchos años. Yo estaba entre la ciencia y el básquet. Y en este escenario de dudas me fui a una conferencia a Brno, a la República Checa, para escuchar al número uno en biosensores, el investigador Joseph Wang, y al final de su charla presentó los nanomotores. Y me dije que esto es lo quiero hacer yo y me metí en ese mundo. Y es por ello que decidí ir a los mejores institutos. Y ahora estamos los dos ahí. Wang tiene 67 años y yo 35 y estamos compitiendo el uno con el otro. Es increíble. El está en la universidad de San Diego en California (Estados Unidos). Pero la conferencia de Wang fue para mí decisiva porque a partir de ahí yo envié un proyecto a Japón, les encantó y me ficharon.
¿Qué ha aprendido de la cultura asiática y europea?
El estilo de la investigación es diferente. En Asia viven para la ciencia. Mis compañeros de departamento tenían las camas en el despacho y allí se levantaban. Éramos trece y los cuatro japoneses que había todos dormían allí. Los japoneses tienen una vocación más profunda que los europeos. La diferencia está en el grado de dedicación y la intensidad. En Europa todo funciona de forma más relajada.
¿Usted se imagina en otra faceta profesional?
Pues, la única en la que me imagino es la de entrenador de básquet. Allí donde he ido siempre he buscado este deporte. En Alemania estoy entrenando a un equipo femenino. Me encanta enseñar, liderar un grupo, fomentar el trabajo cooperativo, hacer de manager…
¿Qué ha echado de menos durante estos siete años fuera de su país?
El sol y la comida. Recuerdo que cuando venía aquí ganaba un kilo por semana. También he echado en falta la familia, (personas que van faltando) y los amigos. Japón tienes doce horas de vuelo. Alemania está más cerca lo que posibilitó que mis padres me visitaran cada mes. Pero te encuentras solo. Hay una cultura, un idioma distinto… Cuando me preguntaban si me veía allí jubilándome, dudaba. Yo quería estar cerca de mis padres y mis amigos.